Aitana Iglesias Montero o nadie hablara de nosotros cuando hayamos muerto

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07 ago 2019 / 07:32 h - Actualizado: 07 ago 2019 / 07:32 h.
"Podemos","Historia","República","Elecciones"
  • Aitana Iglesias Montero o nadie hablara de nosotros cuando hayamos muerto

Fue Ken Wilber, quien fundara el denominado Instituto Integral, el que alertara sobre la compulsión humana en torno a los nombres y a las fronteras, o cómo el ser humano necesita palabras para distinguir y edificar su propio Ego, como falsa separación entre lo propio y lo universal.

Esto que no es nuevo y que dimana obviamente de la semántica, se ve reproducido en la realidad conforme a las temblorosas y oscilantes mayorías de la historia.

Ya durante el franquismo, se llegaron a erradicar de los Registros Civiles nombres como el de Pasionaria, Hildegart o Democracia, y eso que la primera no es más que una simple flor, especialmente bella; aniquilados como ahora los rótulos de las calles al albur de la Memoria que más que histórica es transicional.

En Cataluña, me recordaban hace días cómo aún se considera una afrenta que el hijo del Rey Emérito lleve por nombre Felipe, siquiera por la memoria de los vencidos de 1.714.

Tambien Pablo Neruda, llamaría a su hija, solapada por su hidrocefalia, Malva Marina, “una criatura a la que no se podía mirar sin dolor”, como la describiera Vicente Aleixandre.

Como colofón a todo esto, una niña recién nacida, nos ha recobrado la última visión española de Negrín, en forma de acuarela rojiza de la Sierra de Aitana. Y es que fue esa tierra ocre, donde resplandecen unos imposibles ojos azules, la que inspiró su nombre, como también para Maria Teresa León y Rafael Alberti.

De cuál fue la diferencia entre el mar y la sierra en su última vista de España, sólo contraponer versos y nombres. El Puerto de Santa María es luz amarilla y Aitana difusa melancolía.

Pero hoy quiero referirme a la hija de Irene y Pablo.

Sucede que los viejos republicanos nos cansamos de las evocaciones; de los desplazamientos de Zapatero a la tumba de Azaña en 2015, esperando no ser Presidente para depreciar una foto que no era suya; o el de Pedro Sánchez, en las inmediaciones de las últimas Elecciones, en aquello que llaman la cooptación de los últimos restos del cuerpo electoral y ante la misma tumba; o Alfonso Guerra devolviendo el carnet socialista a quien despojaron de él, Juan Negrin, que aun no he hallado ningún escrito en que éste anhelara su restitución.

Ahora los dos dirigentes de Podemos, nos llenan de república caída en una vida que nace, y con ello, la convierten en la memoria que será de ellos cuando hayan muerto.

Y es que este pragmatismo nos devora, que en esto Felipe González nunca disimuló, porque son esas leyes, esos nombres, las que postergan el único sueño legitimo de no pagar el tranvía, pues nos roban la esencia y nos regalan sus restos.