‘Aquarius’

A las costas de Andalucía llegan pateras y pateras durante todo el año y en las fronteras de Ceuta y Melilla se agolpan personas que huyen de la nada. Y es que hasta para ser inmigrante hay que ser afortunado

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17 jun 2018 / 21:04 h - Actualizado: 17 jun 2018 / 21:12 h.
"Tribuna"

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Durante estos días no he podido evitar recordar a dos genios visionarios. Me estoy refiriendo al cineasta Luis García Berlanga y al guionista Rafael Azcona. Y no he podido evitarlo al ver cómo los alcaldes de nuestra querida España, como si de una subasta de arte se tratara, levantaban la mano y pedían inmigrantes del Aquarius para su ciudad.

–A ver, el alcalde de Sevilla ha levantado la mano...

–Sí, sí, para Sevilla pónganos 4.

–¡Muy bien por el alcalde de Sevilla! ¿Alguien da más?

–¡Yo, yo, yo, aquí, aquí!

–Bueno, parece que la alcaldesa de Madrid levanta la mano con mucha impaciencia.

–¡Por supuesto!, para Madrid resérveme una docena.

–¿Una docena?, ¡increíble la solidaridad de Madrid, increíble!

No me digan que lo que está pasando en nuestro país con el barco Aquarius no es digno del universo berlangiano. Es imposible no encontrar similitudes y paralelismos con la brillante película de Berlanga Plácido. Aquella obra de arte dirigida por el director nacido en Valencia en 1921 obtuvo una gran repercusión internacional. De hecho hasta pugnó en 1962 por el Oscar a la mejor película extranjera, nada más y nada menos que con la película Como en un espejo, dirigida por el director sueco Ingmar Bergman. Finalmente, la historia que narra la vida de una chica esquizofrénica que vive con su familia en una isla remota y que tiene alucinaciones sobre Dios, quien se le aparece en forma de araña monstruosa, se llevó la estatuilla dorada. Pero Berlanga puso, como se suele decir, una pica en Flandes y en tiempos complicados para la cultura en nuestro país, por razones obvias, fue capaz de traspasar fronteras y llevar su cinta a la meca del séptimo arte.

Pero lo más alucinante del cine de Berlanga era que toreaba a la censura franquista con un arte que, visto desde la perspectiva que da el tiempo, te preguntas cómo en pleno franquismo se permitió la proyección en las salas de cine de la película Plácido. Y es que corría el año 1961 cuando el régimen puso en marcha una campaña cuyo lema era «siente un pobre a su mesa», dicen que para lavar conciencias burguesas. La campaña lo que buscaba era elevar en la ciudadanía el sentimiento de caridad cristiana. Pero Berlanga, que captó rápidamente la hipocresía que se escondía detrás de aquella campaña, se inspiró en ella para su obra maestra. La película narra, con una acidez y una sátira increíbles, como la empresa de ollas a presión Cocinex patrocina una subasta a la que acuden artistas de Madrid para invitar a cenar a un pobre en casa de cada familia de ricos. Y es divertidísimo ver a las familias ricas, perfectamente caricaturizadas por el genio Berlanga, pelearse por llevarse a un pobre que está sentado en una calle, pidiendo, tirando unos de un brazo y otros del otro brazo.

España está llena de indigentes. Los vemos por las calles, acostados, tapados con cartones, no sé si para aislarse del frío o porque quieren ocultar sus rostros. Pasamos junto a ellos como cuando pasamos junto a una papelera o un banco. Miramos para otro lado para evitar que nuestras miradas se crucen con las suyas, porque no podemos mantener la nuestra mucho tiempo. A las costas de Andalucía llegan pateras y pateras durante todo el año y en las fronteras de Ceuta y Melilla se agolpan personas que huyen de la nada. Cientos de pobres diablos anónimos con futuro incierto. Y es que hasta para ser inmigrante hay que ser afortunado. Sí, porque esos 630 desesperados inmigrantes que vagaban por el Mediterráneo ya llegaron a su Ítaca, tras haber vivido una odisea, siendo rechazados por ísmaro, expulsados de la isla de los lotófagos y tras haber escapado de los cíclopes Polifemos. Han coqueteado con Hades y suplicado a Poseidón. Pero finalmente han tenido la fortuna de que en España, en este momento, ha llegado al gobierno un Telémaco acompañado de múltiples Ateneas y rápidamente han captado la oportunidad de ganar el óscar al dirigente más piadoso. Y a velocidad de vértigo, en menos tiempo aún que el que tardaron en llegar a la plaza de las Cortes a registrar la moción de censura, nuestro Telémaco valenciano, sí, valenciano, como Berlanga, ha dicho «ese barco para acá, y ya luego vemos qué hacemos». Pero se ve que nuestro Telémaco está bien asesorado de cara a dar golpes de efecto y claro, ha faltado tiempo para que alcaldes y alcaldesas se suban al carro de la bondad excelsa y se pidan a sus inmigrantes. Yo me imagino a Ada Colau y a Manuela Carmena, cada una agarrada de un brazo de alguno de los inmigrantes de los que han llegado en el Aquarius a Valencia, y diciéndole al pobre y desconcertado inmigrante:

–Vente tú conmigo, nen, que vas a ver lo que es un buen pan tumaca.

–No le hagas caso a esta. Tú vente pa Madrid, que te voy a llevar al Brillante y te voy a invitar a un bocata de calamares que no se lo salta un galgo.

Qué maravilloso país es España y qué gran fuente de inspiración. Cada día tengo más claro por qué existe tanta creatividad en nuestro bendito país. ¡Si es que aquí las genialidades casi caen solas, como por ensalmo!

Qué pena que Berlanga ya no esté entre nosotros. Sacaría oro del Aquarius.