Ayuda humanitaria

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16 jun 2018 / 20:21 h - Actualizado: 16 jun 2018 / 20:23 h.

Es probable que a estas horas los más de 600 inmigrantes rescatados frentes a las costas de Libia por el barco Aquarius, fletado por las ONG Médicos sin Fronteras y SOS Mediterranée, hayan llegado ya al puerto de Valencia, porque cuando me puse a escribir estas líneas la flotilla que los trasladaba se encontraba en aguas de Baleares. Entretanto, miles de personas continúan llegando en un flujo incesante al paraíso europeo a través del mar.

Que la cuestión migratoria es un asunto pendiente en la política europea es algo innegable. Italia, convertida en punta de lanza del blindaje de fronteras del continente, se negó esta semana al desembarco del Aquarius en sus puertos, lo mismo que Malta, con lo que convirtió en un viaje a ninguna parte la travesía de estos 629 inmigrantes (incluidos 134 niños y niñas, de los que 123 viajan solos) hasta que el gobierno español dio un paso adelante y se ofreció a acogerlos. Hay quien dice que es una medida propagandística del nuevo Gobierno, pero a mí, particularmente, me viene importando un congrio como quieran llamar a esta invitación. Ofrecer ayuda a quien la necesita es la consigna básica del espíritu humanitario. Vamos a darles cobijo y luego ya veremos.

Lo que veremos será el procedimiento habitual contemplado en las leyes migratorias: examen de cada caso y repatriación de quienes no cumplen los requisitos para obtener asilo o refugio. Pero de momento los hemos sacado de las aguas procelosas de este Mare Nostrum que ha querido mostrarles su peor cara con una marejada de las que el mismo Ulises hubiera preferido olvidar. Que la complejidad del tema migratorio requiere una respuesta coordinada de la Unión Europea es obvio, pero mientras se ponen de acuerdo tantos países, iniciativas como ésta deben hacernos sentir orgullosos del nuestro.

Vamos a darles a esas criaturas un buen trato a diferencia del que han recibido en los últimos meses, que sí, que probablemente esta medida es más efectista que otra cosa y que luego los inmigrantes se eternizan malviviendo en centros de internamiento o se les pierde el rastro y quedan en la calle al margen de la ley porque el sistema no está preparado, o no existe la voluntad suficiente, para hacer un seguimiento integral de los que lo necesitan. Esto es cierto, pero también es verdad que un gesto amable o afectuoso siempre será un mejor primer paso que una patada en el culo, especialmente para quienes vienen de enfrentarse a tantos abusos y penalidades. Humanidad, en una palabra.

Me preocupa, eso sí, la sensación de que estamos acostumbrándonos a darnos por satisfechos solo con los gestos. Esto viene a ser como si regalar un juguete a un niño desfavorecido cuando llegan las Navidades nos eximiera de responsabilidad el resto del año. No es así en absoluto y en consecuencia debemos reclamar a nuestros responsables públicos algo más que un gesto en cuestiones de este calado.

Claro que no tengo una solución para la avalancha de inmigrantes que huyen de la guerra o el hambre o la opresión política y montan su desesperación en un barco de juguete. Tampoco me pagan para buscarla, eso les corresponde a los políticos. No obstante, desde luego que no voy a criticar que, a falta de un plan en condiciones, el Gobierno haya gestionado esta emergencia como si tuviera un corazón en los despachos.