Carta a Joaquín Romero Murube

22 ago 2018 / 17:36 h - Actualizado: 22 ago 2018 / 17:44 h.

Querido Joaquín Romero, mientras tú te encontrarás tranquilamente divagando entre amigos y literatos por los cielos que tan bien ganaste, por aquí abajo, como solías decir, andan las aguas un tanto revueltas y no precisamente por las lluvias, tú ya sabes. Muchos gerifaltes de ahora tienen las mismas o menos luces que aquellos con los que lidiaste. Algún iluminado, con toda la torpeza terrenal posible, quiere quitarle el nombre a la calle que abriste para unir el castizo barrio de Santa Cruz con la plaza de la Inmaculada. Pues bien, como la ignorancia es tan atrevida, fíjate en el contrasentido de hacerlo apoyándose en la Ley para la Memoria Histórica. Pero llegado a este punto no me queda más remedio que lanzar al aire una buena ristra de preguntas con las que refrescarles su desmemoria, no sólo histórica, sino integral:

¿Qué saben ellos de ti como escritor, cuántos libros tuyos han leído? ¿Se habrán informado sobre tu faceta periodística en El Noticiero Sevillano, El Liberal, Abc o El Correo de Andalucía? ¿Son acaso conocedores de tus desvelos por la recuperación del patrimonio andaluz? ¿Sabrán qué significaste como fundador y redactor jefe de la revista Mediodía? ¿Estarán al tanto de las numerosas reformas por ti realizadas en los palacios y en los jardines del Alcázar durante tus 35 años como director-conservador? ¿Se hubieran atrevido a hacer esa propuesta si hubieran sabido que fuiste la única voz, en aquellos difíciles años, que fue capaz de enfrentarse al poder, que arremetiste contra el alcalde de turno, el gobernador militar, el mismísimo ministro o contra el temido cardenal Segura, con el fin de evitar los ataques contra el patrimonio y las esencias de Sevilla? ¿Sabrán que no permitiste que te caparan tus artículos y por eso te despacharon de Abc? ¿Tendrán idea de que no te vencieron y seguiste en El Correo de Andalucía como buen quijote peleando contra los poderosos molinos amparándote en diferentes seudónimos y encubierto por el padre Javierre? ¿Conocían tu faceta de secretario de la Sección de Literatura en el Centro de Estudios Andaluces o tu labor de Comisario para la Defensa del Patronato Artístico Nacional de la Baja Andalucía donde entre otros logros conseguiste devolverle a Sevilla obras como los tapices de la Conquista de Túnez, La Virgen de los Mareantes de Alejo Fernández o la devolución al Hospital de la Caridad del cuadro Santa Isabel de Hungría curando a los tiñosos? ¿Habría llegado hasta nuestros días el patrimonio artístico de los conventos sevillanos sin que hubieras socorrido las peticiones de sus abadesas? ¿Se habrán informado de la influencia por ti ejercida para la creación del Conservatorio Superior de Música o la labor que hiciste con la Filarmónica de Sevilla? ¿Sabrán quién llevó a cabo la remodelación del Museo de Bellas Artes? ¿Se habrán informado de a quién le debe Sevilla el que tengamos una muestra de los antiguos Caños de Carmona, o quién salvó de la fiebre del derribo el Hospital de las Cinco Llagas, la sede del Parlamento de Andalucía? ¿Tendríamos hoy el monumento a Bécquer si a instancias tuyas y siguiendo la petición de los hermanos Quintero desde Madrid no se hubiera restaurado? ¿Saben ellos quién fue el creador de la Comisión de Cofradías que daría lugar al actual Consejo de Hermandades y Cofradías? ¿Habrá llegado a sus oídos que fuiste nombrado Académico de Buenas Letras y de Bellas Artes? ¿Seguro que conocían que tu Pregón de la Semana Santa de Sevilla, en 1944, tuviste que repetirlo en Madrid y en Lisboa a petición de amigos e intelectuales? ¿Tendrán noticias de que el doctor Marañón, de ideología izquierdista, prologó la edición francesa de tu Pueblo lejano y que en una carta a su traductora le confesaba que este libro era superior al Platero de Juan Ramón? ¿Les habrán llegado noticias de los premios literarios como el Ciudad de Sevilla o el Adonais, o los numerosos reconocimientos, encomiendas y condecoraciones como la de Alfonso X el Sabio, Racimo de Uvas de Oro, medalla de Oro de la Hermandad de la Soledad de San Lorenzo o la Gran Cruz de Isabel la Católica? ¿Tal vez hayan leído que tu amigo Federico García Lorca te dedicó un ejemplar especial de su Llanto en el que aparece una dedicatoria tan emotiva como elocuente: «A Joaquín Romero Murube, honra y espejo de Sevilla»? ¿Habrán sacado la conclusión de a quién te referías cuando en el año 1937 publicaste los Siete romances con la dedicatoria: «A ti, en Víznar, cerca de la fuente grande, hecho rumor de agua eterna y oculta»? ¿Sabían que participaste activamente en los actos de 1927 que dieron lugar a la famosa Generación? ¿Habrán leído que el Nobel Aleixandre dijo que eras el mejor prosista de la Generación del 27? ¿Tendrían noticias de que en tu etapa de madurez te prodigaste como conferenciante e incluso tuviste una sección en un programa de radio? ¿Les habrá llegado la significativa noticia de que los empleados del Alcázar se adelantaron a tus familiares para portar tu féretro? ¿Sabrán a qué ciudad se refiere el epitafio de tu tumba en la que se lee: «No pudo quererla más ni puede sentirla más»? ¿Tienen conocimiento de que el sentir popular te inmortalizó a través de las sevillanas de los Amigos de Gines?

Mudas se han quedao las fuentes / no ríen los surtidores / porque se ha muerto Joaquín / poeta de sus amores. / En el jardín del Alcázar / una rosa está llorando / como virgen dolorosa / en tarde de viernes santo. / La Giralda mira al cielo / y le pregunta a las nubes / por donde se fue Joaquín / Joaquín Romero Murube.

Tu dedicación a la ciudad de Sevilla fue una constante inequívoca en tu obra y en tu vida pública. Cuánta razón llevaba Antonio Burgos cuando escribía: «Tanto amor no correspondido por Sevilla». Una verdad a medias, porque cuando ha pasado casi medio siglo desde que nos dejaste, hay voces y plumas como las de Jacobo Cortines, Carlos Colón, Juan Lamillar o Álvaro Romero, entre tantas, que valoran no sólo tu obra sino tu personalidad. Ya va siendo hora de que abandonemos los encasillamientos y dejemos de ponerles etiquetas a determinados personajes. Hagamos todos un ejercicio de respeto y tolerancia valorando a las personas exclusivamente por su labor vital, científica o literaria y olvidemos la camisa que llevaba, el color de su piel o su credo religioso. Hagamos una llamada a la concordia, al hermanamiento y a la paz, porque esa es la auténtica memoria de la historia. Precisamente sobre esta idea escribe Romero Murube en el 39, cuando acababan de asesinar a su amigo Federico:

No te olvides, hermano, que ha existido un agosto / en que hasta las adelfas se han tornado de sangre, / y que en el claro viento de las rosas de la muerte / se abrían en estampido el odio de los hombres.

En estas canículas estivales andamos, Joaquín, y con este último despropósito de querer borrar el nombre de tu calle, estos eruditos a la violeta, lo único que consiguen es poner en evidencia su incompetencia y su desmemoria cognitiva. Porque si hubieran sabido de tu compromiso, de tu implicación con la ciudad, si hubieran leído tu obra escrita, no dudarían en hacerte justicia y te esculpirían en bronce, sentándote en la puerta del León del Alcázar, para que con la vista puesta en la Catedral y en la Giralda, siguieras velando, como fiel guardián, todas las esencias de Sevilla.