Chicho

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12 jun 2019 / 11:56 h - Actualizado: 12 jun 2019 / 12:00 h.
  • Chicho Ibáñez Serrador. / El Correo
    Chicho Ibáñez Serrador. / El Correo

La breve tropa infantil ya había concluido la larga semana escolar. Era una tarde de viernes otoñal, con alguna ración de tareas y ese crepúsculo madrugador que nos colocaba a las puertas de una cena temprana. Pero antes había que pasar por la bañera –todos a una- para sentarse a la mesa repeinados y en pijama, oliendo a colonia fresca y con el pelo húmedo. Aquella colación nocturna era invariable en esos años irrecuperables. Tocaba puré de patatas y salchichas que preparaba entre bromas alguien que se marchó demasiado pronto.

Seguramente había tiempo para preparar la mochila, aderezar los filetes empanados, meter los zumos y las galletas de esa excursión serrana que, con la amanecida, nos haría estrenar la jornada del sábado. Pero antes había una cita ineludible que colocaba a toda la familia de cara al televisor. Los papás –que concluían tarde su jornada laboral- ya habían aterrizado en casa. Era el momento de ocupar estratégicamente los lugares conquistados del salón, que incluían plaza tumbada en la alfombra para el primer sueño de los más pequeños.

Comenzaba esa sintonía conocida que animaba el cotarrillo de ese salón, de su luz amortiguada y la inconfundible atmósfera de confort. Estaba empezando el 1,2,3... Aquel programa familiar, blanco, dinámico, seguramente irrepetible forma parte de la memoria doméstica de este país. La muerte de Chicho Ibáñez Serrador, creador de aquella fiesta coral, nos lleva de la mano a un tiempo que ya se fue. La televisión, para bien y para mal, está indisolublemente conectada al imaginario colectivo de los niños que nacieron mirando a su pantalla. Él fue uno de los creadores imprescindibles que lograron que mereciera la pena.