De cine

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28 ago 2015 / 23:34 h - Actualizado: 28 ago 2015 / 23:35 h.

Aprovechando que llegan los días finales de la época estival quiero rendirle homenaje a los cines de verano, que tanto añoramos, pero cuya pérdida nadie reivindicó cuando fueron cerrados, para luego hacer uno paradójico en el patio de la Diputación. Es verdad que los tiempos evolucionan, y con ellos las personas, pero son los tiempos vividos los que marcan y hacen a las personas.

Estos cines, preservando la unidad vecinal, que era lo que se estilaba en la época, solían tener el nombre del barrio. El que yo viví lógicamente era el Cine Santa Catalina. Era una exaltación de los sentidos que aún perdura en el recuerdo... El olor a albero recién regado y el olor a zotal que salía de los excusados se entremezclaban con el intenso olor a psicotrópicos de los experimentales zagales.

La vista dirigida a la gran pantalla, cuajada de salamanquesas, donde se proyectaban las películas de estreno intercaladas con las más clásicas. El gusto de los bocadillos que me preparaba mi madre y del cartucho de pescado que te dejaban meter de la calle sin ningún tipo de compromiso. Como postre, los higos chumbos comprados en la puerta. El oído luchando por escuchar la mala audición de los altavoces, alterado por el ruido del trasiego de los tercios de cerveza enfriados con barras de nieve de la selecta nevería del ambigú. Y lo que siente nuestro cuerpo cuando en nuestra mente se ubica el recuerdo de películas que solo memorizamos en el entorno de un cine de verano... ~