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El agujero

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Álvaro Romero @aromerobernal1
22 ene 2019 / 08:49 h - Actualizado: 22 ene 2019 / 08:53 h.
  • El agujero

España y parte del mundo llevan más de una semana pendientes de un agujero por el que se supone que cayó el pequeño Julen, un nombre propio convertido en celebridad sin que le hayamos visto la carita, más o menos lo que le ocurre a su pueblo malagueño, Totalán, del que probablemente no hubiéramos oído hablar en la vida de no ser por esta desgracia, y ahora ya no lo olvidaremos... Pero la desgracia en sí, convertida en esperanza por el esfuerzo de cientos de profesionales de tantos rincones del planeta, nos da una lección de perseverancia más allá de la lógica, de rabia más allá del cansancio, de agallas más allá del derrotismo, de humanidad más allá de la contabilidad, de corazones que abren con sus latidos la zanja infinita del infierno mientras la tierra se resiste a devolver lo que creyó suyo para siempre...

Ese agujero por el cayó Julen se parece demasiado al agujero que hacíamos en la playa y que vuelve sobre nuestra memoria ondulante, supurando agua por más profundo que lo hacíamos, hasta que la mano bromista de alguno de nuestros mayores aparecía allá al fondo como la mano del demonio y nos aceleraba el pulso en la garganta. Ese agujero de una oscuridad inquietante, de una longitud impensable, de una verticalidad terrorífica y en espiral hasta las entrañas de nadie sabe dónde aún representa la peor de las pesadillas de esta sociedad que sigue soportando a diario tanto dolor y tanta maldad contra lo más puro de la humanidad, que es siempre la infancia.

En el fondo de ese agujero, mucho más al fondo de donde van a llegar hoy los valientes mineros que están exponiendo sus vidas por demostrar que aún merece la pena que nos esperancemos en el género humano, yace también el pequeño Aylán cuya última marejada lo alejó tan radicalmente de la guerra siria de la que huía para terminar bocabajo en la orilla de nuestra propia vergüenza occidental, pero también está el pequeño Gabriel buscando eternamente su pececito, que pasó de ser submarino a subterráneo, y también el bebé que ingresó la víspera de los Reyes Magos en el hospital Vall d’Hebron por las palizas de su papá y cuyas costillas encalladas dejaron de resistir precisamente ayer, mientras las hermanas de Marta del Castillo, que ya no son niñas pero lo fueron, como su hermana asesinada hace una década, despertaron del letargo infantil que las defendía para declarar que gracias a ellas, tan niñas, no está su padre en la cárcel, porque de no existir ellas, niñas esperanzadas que han seguido repartiendo esperanza, su padre se hubiera convertido en un monstruo escupidor de la venganza que todos hubiéramos entendido tan razonablemente mientras nos hubiéramos hundido más y más en ese agujero de la deshumanización que siempre amenaza con tragarnos.

Tenemos que llegar al fondo de ese agujero para asegurarnos de que, a pesar de tanta desesperanza marchita, seguimos siendo humanos porque no nos doblegamos ante la razón, afortunadamente. Ojalá allá abajo encontremos el cuerpo caliente de Julen como una metáfora de que nos hemos encontrado a nosotros mismos, los niños que nunca debimos dejar de ser.