El encierro pamplonica

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10 jul 2019 / 13:06 h - Actualizado: 10 jul 2019 / 13:08 h.
  • Cuarto encierro de los Sanfermines 2019. EFE/Jesús Diges
    Cuarto encierro de los Sanfermines 2019. EFE/Jesús Diges

He de reconocer que nunca he sido un fiel seguidor de los encierros pamplonicas, estrellas de la programación matinal de las fiestas universales de San Fermín. Los encieros cuentan con sedudos comentaristas que desmenuzan carreras, desentrañan estrategias y hasta crean figuras populares que buscan su minuto de gloria entre los pitones de los astados. Es un mundo propio que se alimenta de sí mismo. Ojo: todo eso transcurre corriendo, a un ritmo endiablado que –ésa es la verdad- siempre ha sido una dificultad para encontrar todos esos matices escondidos que ponderan sus especialistas. Cada loco con su tema. Pero no hablo de oídas: He conocido el ambientazo inigualable de una mañana de encierro en la capital navarra. El corazón late a otro ritmo, es verdad, y debo confesar que conozco ese temblor antiguo, sentido en primera persona en alguna carrera inexperta en mi pueblo materno, lejos de los focos que amplifican todo lo que pasa en Pamplona porque el encierro, por cierto, es patrimonio de toda la piel de toro.

Su condición de espectáculo está fuera de toda duda. Me interesa su verdad, el sentido primigenio de su puesta en escena, el contacto natural de la gente con el animal, el desembarco del campo más feraz en el adoquín de la ciudad... El encierro es fugaz pero también es, ojo, la precuela del verdadero y definitivo espectáculo: la corrida de la tarde. A ella deben su sentido...

A partir de ahí, hay que leer y escuchar con interés los muchos comentarios vertidos en los últimos días en torno a la desnaturalización de la bajada de las reses, reconvertida en una carrera vertiginosa y perfeccionada en la que la obsesión por la seguridad ha dejado a un lado la auténtica verdad que alienta ese rito milenario: el toro puede herir y hasta matar. Los firmes antideslizantes, la perfeccionista doma de los mansos, y hasta el moderno manejo de las reses bravas en el campo –obligadas a carreras por ‘tauródromos’ para coger tono- han creado encierros clónicos, supersónicos, que dejan con la miel en los labios a sus fieles y practicantes. La dictadura de lo ‘light’ también ha llegado a este ritual ancestral. Convendría tener cuidado con las cosas de comer...