El frustrado proyecto de la gran caja andaluza

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18 mar 2017 / 22:30 h - Actualizado: 19 mar 2017 / 08:51 h.

Ahora que observamos cómo se difumina, definitivamente, lo que en su día fue la Caja de Ahorros de Granada en el conglomerado, todavía público, de Bankia, surgen los últimos llantos y lamentos por lo que pudo ser y no fue: la creación de una gran caja andaluza que propiciara un potente sistema financiero propio con el que contribuir así a un mayor impulso económico de nuestro territorio. Un entramado configurado con la fusión de todas las cajas existentes en su día y que nunca llegó a ser una realidad por más que se intentó desde el poder público, en este caso, el Gobierno andaluz. Un proyecto frustrado y que puso de manifiesto lo mucho que nos queda para avanzar en la generación de una comunidad integrada y con instrumentos a su alcance con los que favorecer su desarrollo con la suficiente autonomía financiera.

Nada de eso pudo ser y sí, en cambio, toda una historia de desencuentros, intrigas, pulsos políticos, negocios oscuros con las sociedades participadas, protagonismo, y un sinfín de maniobras con tal de impedir que se llevara a cabo tal iniciativa de una gran caja andaluza, un propósito cargado de sentido común y que aquí nunca fue posible.

En Granada muy pocos se acuerdan ya de lo que perdieron. Incluso algunos de los que lo hacen tienen mucho que ver con lo que sucede ahora, por lo que sus lamentos son poco creíbles. Hubo un presidente de la entidad, como lo fue el socialista, Antonio Claret García que le borró el nombre de «General» para remarcar aún más su vinculación con Granada. Un aviso claro de rechazo a su posible unión a otras cajas vecinas, como Unicaja, con sede en Málaga. ¡Al final acabó prácticamente absorbida por la de Murcia! Y eso que en su anterior etapa como parlamentario andaluz tuvo que participar de la consigna que emanaba del Gobierno de Manuel Chaves para generar un bloque financiero autónomo a partir de las cajas. Nada. En cuanto llegaban al sillón, se les olvidaba todo, al igual que ocurrió con el resto de presidentes de cajas, financieros de toda la vida, vamos.

Es cierto. Resulta necesario e imprescindible construir un relato de lo sucedido. Poner negro sobre blanco para encontrar la explicación de cómo se ha llegado hasta aquí, identificar los factores y las causas que hicieron descarrilar esa idea de una gran caja, un sueño que, finalmente, se ha quedado en un rincón de nuestra historia más reciente. El conocimiento de lo ocurrido nos puede servir, al menos, para identificar claramente aquellos obstáculos que nos impiden avanzar adecuadamente. Uno de ellos, el más fácil de determinar es, desde luego, el del localismo, un mal que se enseñorea en una Andalucía no bien estructurada y que sigue apareciendo en nuestro día a día más cotidiano. Hay que estar muy atentos ya que, a poco que nos descuidemos, tropezamos en la misma piedra, tal y como viene sucediendo con el desarrollo portuario o, más discretamente, con nuestras universidades.

Esto es. Lo de las Cajas no es una excepción. Los andaluces tenemos que resolver esa asignatura pendiente de la articulación del territorio, derribando fronteras internas basadas en el desconocimiento mutuo y el catetismo. Eso sí. Conviene no olvidar lo registrado en el ámbito financiero que nos ha privado de una gran firma propia con el fin de evitar caer en lo mismos errores, en definitiva, recordar a aquellos protagonistas que no tuvieron remilgo alguno en jugar sucio con tal de mantenerse en sus puestos bien retribuidos. Tampoco hay que olvidar, por supuesto, a los que se dedicaban a fomentar y aplaudir estas prácticas para debilitar al contrario y, de paso, a colocar a los suyos, y hasta retorcer la legislación para escapar de la competencia andaluza como pasó con Cajasur, ahora en manos de los vascos. Es la historia de un despropósito. Un fallo colectivo que tiene nombres y apellidos.