El de esta tarde en el Ramón Sánchez-Pizjuán no es un partido cualquiera. Alguno podrá pensar que escribo esto por la entidad del rival, pero no es mi intención. En otro momento, quizá el atractivo del partido se limitase a ver a Messi y compañía en el verde de Nervión, pero a estas alturas permítame decirle que los intereses van más allá. Los dos empates del Valencia en las últimas jornadas, así como la imparable racha de victorias del equipo de Emery, convierten la suma de estos tres puntos en vitales si de verdad el año que viene se quiere estar en la máxima competición continental. Ser cuarto, como ya se ha dicho en alguna ocasión, es casi lo mismo que quedar quinto. De no pasar la primera ronda del torneo acabas jugando la Europa League, con la consecuencia que genera haber empezado antes que nadie a competir, además de la decepción que se instalaría en el seno del sevillismo. Ser tercero parece una utopía. O no, tiempo hay también para intentarlo. Pero eso ya se verá. Ahora lo importante es meterle mano a los de Luis Enrique. No se me ocurre una forma mejor de seguir metiendo presión a los que están por delante y lo que más importante, de premiar a una afición que se ha vuelto loca, que sabe que esto que escribo es así y que quizá por ello no va a dejar ni un asiento libre de la siempre imponente Bombonera de Nervión. Si luego sale mal y se pierde, alguno dirá que era previsible: se juegan la Liga, son mejores que el resto, el presupuesto... Ojana barata. Si hay un momento en el que el Sevilla puede hablar de tú a tú a los culés es éste. Y si no, explíquenme el motivo por el que reservaron a jugadores. No quiere decir esto que tengan miedo, hasta ahí podría llegar la broma, pero sí es síntoma de lo que se encontrarán mañana. No es ninguna tontería, hay mucho en juego y esta vez el Sevilla se juega tanto las papas como el propio Barça. Disfruten y sobre todo, olvide que delante está el líder. ¿Quién dijo miedo?