Jacobo Castellano: ‘riflepistolacañon’

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19 ago 2018 / 23:00 h - Actualizado: 19 ago 2018 / 23:00 h.

Coproducida por el CAAC (Centro Andaluz de Arte Contemporáneo de Sevilla) y el ARTIUM (Centro–Museo Vasco de Arte Contemporáneo de Álava), la exposición que podrá verse hasta octubre de Jacobo Castellano (Jaén 1976), supone para el autor su consagración definitiva, después de una ya larga e intensa carrera que comienza con el galerista Norberto Dotor en Madrid, tras finalizar sus estudios en la Facultad de Bellas Artes de Granada.

El título responde a un dibujo hecho a bolígrafo de manera ingenua pese al tema que capta, y algo ya envejecido por el deterioro ambiental, que reproduce lo que podría ser un muestrario de armamentos (bonbas –sic–, bazokas, granadas, misiles, torpedos,..., además del rifle, la pistola y el cañón al que alude), hecho por un niño y encontrado en la calle. Nada que ver en apariencia –sólo en apariencia– porque una situación que a priori relaciona las armas y la muerte no es exactamente lo que vamos a encontrar aquí, en las salas y pasillos del antiguo monasterio cartujo, si no fuera porque intuimos desde el inicio que lo que vamos a encontrar va a ser algo cargado como poco de misterio. De creación y de destrucción, de vida y de muerte si quiera sea simbólica, de lo que pasa entre medio cargado ahora sí de felicidad, sufrimiento, nostalgia, etc. tanto en el autor como en cada uno de nosotros, pues de eso trata esta excepcional muestra: de su autobiografía y de la nuestra, nos identifiquemos o no con su bizarra propuesta.

Así que desde el comienzo y al incorporar ese fragmento de papel como parte del discurso expositivo, Jacobo Castellano nos introduce del tirón en lo que constituye su mundo propio. Un mundo interior basado en los materiales y las cosas –que entiendo mejor que encontradas, buscadas expresamente– porque ya tiene en la cabeza lo que quiere transmitir, y porque en ellas va unida tanto la vida que han tenido antes como la suya propia, esa que con reflexión y metodología las va recopilando y manipulando hasta que adquieren su dimensión definitiva. Vida que rescata de contenedores, extrarradios, solares medio derruidos, mercadillos, y que tienen una vez que son intervenidos o coleccionados en cualquier lugar de ese museo personal que son nuestras casas, otra nueva y emergente vida procedente de ese mundo al que pertenecen sus recuerdos. Para esto, recurre en primer lugar a las fotografías (hechas por sus parientes más próximos o anónimas y pocas veces por él), y a la repetición de las mismas distribuidas en alguna de sus obras, convirtiéndolas por eso en una especie de iconos o hagiografía personal (de las navidades, cumpleaños, fiestas familiares) que transmiten sentimientos encontrados de ese algo tan ambiguo de definir y de sentir como es la decadencia (en el sentido plástico y existencial). Fotos desenfocadas, no centralizadas, con los restos de lo que fuera un ágape, sin presencia humana, y puede que desechadas de los álbumes.

Mundo complejo este, similar al de las películas de un sugerente Gabinete del Dr. Caligari, de Tim Barton o de cualquiera donde se mastique el drama, la sospecha, intriga, tragedia, suspense. Cine negro o de humor negro que en este caso parecen ser lo mismo, aunque no sea cine y aunque haya mucho de él –o mejor de su recuerdo– como lugares míticos de su infancia y también del cine como espacio y como objeto, en lo que puede entenderse como un homenaje a su abuelo, propietario de la sala de exhibición de Villargordo, el pueblo de sus veranos. Cine por último que está representado con el superproyector adosado a un tronco de un olivo centenario, que centraliza uno de los espacios de la muestra y que de nuevo aparece en los restos de butacas de una sala vacía y abandonada, porque de esto también trata esta muestra: de los materiales pobres, de la ausencia, de esa mística o poesía que puede encontrarse en un vertedero, entendiéndolo como él lo hace al rescatar las maderas, hierros, puertas, marcos de ventanas, postiguillos, zapatos, cuero, cacharrería cerámica, elementos de construcción, latón, madera, polvo, aceite, pan de oro,...y cualquier cosa que pueda recordar una casa, un lagar, una bodega: los paisajes biográficos que le definen.

Mundo que le conecta con el arte povera, con Boeys, el arte bruto y hasta con el síndrome de Diógenes dicho con todo respeto, con todo eso que puede suponer la atracción por la belleza de lo siniestro, en otro –o similar– sentido del que hizo Giuseppe Tornatore en Cinema Paradiso con esos santuarios de la educación sentimental.

Suelo ser bastante crítica con respecto a los montajes que veo, al presupuesto que se destina con autores sobrevalorados, pero una exposición como esta, con uno de los autores andaluces llamados a destacar en el panorama internacional y tan extraordinariamente montada por el propio artista, su comisario Javier Hontoria, el personal del CAAC comenzando por su director Juan Antonio Alvarez y sus ayudantes, y que fue inaugurada por el mismísimo Consejero de Cultura Miguel Ángel Vázquez, va mucho más lejos por el ejercicio de introspección que supone el llegar en otros aspectos como pueden ser los de la religión o el fetichismo: vigas que recuerdan maderos de cruces; santos, vírgenes o mártires sui géneris que dispone en el suelo, paredes y vitrinas a lo largo del recorrido, y sobre todo esa interpretación deconstruida de un paso de palio, simplificada al mínimo, despojada de todo ornamento y a pesar de todo, imponente en esa liturgia conjunta de lo sacro y profano que es cualquier semana santa de cualquier parte del ámbito hispánico.

He dejado para el final, un asunto tan suyo como es la serie que Jacobo Castellano titula Peleles: unos trozos de madera sobre tela dispuestos a gran altura, que a ciencia cierta no se sabe si suben o bajan, si se refieren como él dice a los de Goya, o a las Ascensiones y Asunciones, a las caídas de Faetón o Ícaro, si tienen algo de juego o de burla, o si se refiere a los vértigos, la suspensión en el vacío como un referente al estado de la cuestión del mundo ahora y por supuesto también en el sentido que rompen los esquemas del relieve, como antes hiciera con los conceptos de instalación, escultura e incluso arquitectura, si se consideran todos los elementos de esta exposición en cuanto forma, espacio, técnicas y materiales que poco tienen que ver con los que se referían a la talla, el modelado, el vaciado, el bulto redondo, la edificación, etc. para definirse sólo por los conceptos de expansión y concentración de los elementos que incorpora: sean barras de aluminio, cuerdas, alambres, pelotas de madera, estructuras romboides, ensamblajes, elementos rudos trabajados de manera tosca, objetos pinjantes, personajes esquemáticos, hasta llegar a tinglados completos, transitables y multifaciales, otra de las obra cumbre de la exposición.

Son tantas y tantas las sugerencias que desprenden estas obras en su conjunto, que necesitaría muchas páginas porque en ellas están la casa, el padre, la madre, los hermanos, la familia en general incluso antes de su nacimiento, el cine, los elementos de tradiciones vernáculas transmutadas en lo que pueden ser restos de reciclaje, una nueva vida que devuelve lo inerte porque en su caso, parece que son también las cosas las que nos miran.