La anacrónica belleza

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Álvaro Romero @aromerobernal1
19 sep 2017 / 08:45 h - Actualizado: 19 sep 2017 / 08:45 h.
"Viéndolas venir"

Hubo –todavía la hay– cierta fiebre contra la adquisición de conocimientos, con la premisa de que todo está en la red, de modo que saber cosas, y más aún estudiarlas de memoria, es poco menos que una estupidez. Lo que importan son los procesos y las estrategias de búsqueda. De modo que se modelan estudiantes que no estudian más que cómo buscar en Google. Lo malo es que, ante la absoluta falta de referencias, cuando encuentran disparates se defienden con que venía en internet. Internet lo ha dicho. Y eso va a misa. Así que toda la inteligencia está en el interior; en el interior de la red, quiero decir, lo difícil es encontrarla.

Con la belleza ocurre justo lo contrario. La obsesión es llevarla por fuera, absolutamente toda y a todas horas. Y aunque también las nuevas tecnologías permiten convertir hoy a cualquiera en un bellezón desde las aplicaciones del móvil, mucha gente se desvive por parecer siempre un modelo, en la tienda del barrio y en el parque con los niños, como insustanciales clones de lo que sale por la tele y nos meten por la publicidad. Con la belleza física no vale que las posibilidades de transformarnos en celebrities estén ahí, latentes, a todas horas, para cuando la ocasión lo requiera. No. Ni siquiera aquel cuento de que la verdadera belleza está en el interior...

La conclusión es triste, pero debería aguijonearnos: si nuestros interiores albergan cada vez menos conocimientos, por innecesarios, y menos belleza interior, por inútil, nos vamos perfilando como meros usuarios de aparente belleza -solo aparente- que manejamos nutridas máquinas ciegas con el riesgo cierto de terminar manejados por ellas. Lo podría decir de otro modo, platónico quizás, pero ya lo clavó Machado al retratarnos al hombre del casino provinciano: «...el vacío del mundo en la oquedad de su cabeza». Pues eso.