La España pendiente

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21 oct 2016 / 22:06 h - Actualizado: 21 oct 2016 / 22:06 h.

No se está haciendo pedagogía para desaprender, lo que desde todos los rincones transmiten los medios de comunicación, la estructura familiar, escolar, deportiva, y social en general, por lo que la responsabilidad consentida del fenómeno, que acecha de forma galopante, tiene el rostro de todos los círculos.

Esa punta del iceberg, que llamamos acoso escolar y que está encendiendo las alarmas, es un producto genuino de una sociedad enferma, que desde la infancia gatea sobre el rechazo a las diferencias, construyendo sus roles en torno al más pervertido de los modelos de conducta, basado en el poder del fuerte sobre el débil, del alumno matón sobre el gordo con gafas.

La tozuda cotidianidad dispara las siguientes cifras: 1 de cada 4 alumnos de primaria a bachiller es víctima del acoso escolar, 1 de cada 9 estudiantes ha sufrido acoso en los últimos 2 meses. El fenómeno está impregnando el sistema educativo, y se calcula que en las aulas podría haber 64.000 acosadores y 39.000 ciber-acosadores reconocidos, que admiten haber acosado a compañeros en los últimos meses; el 50% de la población escolar ha presenciado un acto de violencia en su entorno educativo.

Las comunidades con el índice de acoso más elevado son Murcia (11%), y Andalucía (11%). En esta España pendiente de resolver sus auténticos frentes, el de sus niños, sus adolescentes, la cantera de su futura ciudadanía, nuestro espejo nos revela que el acoso escolar ha aumentado un 75% en el último año, y cuadruplicado desde 2009, por lo que no solo es cuestión de un teléfono gratuito, que también, o de un protocolo activado en la escuela, que por supuesto, pero esos solo son algunos de los resortes que hay que utilizar cuando aparecen los síntomas.

Esconder bajo la alfombra las toneladas de basura acosadora que hay en la sociedad, bajo el epígrafe son cosas de niños, es altamente inflamable y negligente. Hay que resetear el modelo de convivencia, los referentes sociales, desde las instituciones a las aulas, pasando por las familias, sobre el principio incuestionable de que la educación es la vacuna más potente contra la violencia.