Muchos han sido los acontecimientos de 2018 que han impactado en la vida de los ciudadanos españoles. Se ha cerrado el año con más tensiones que cuando empezó y no solo por la falta de solución a los problemas más inmediatos de personas y familias. Nuestros responsables políticos, salvo honradas excepciones, no han estado a la altura de las circunstancias. En general, han primado para ellos los intereses propios y los de partido.
¡Y se produjo en Andalucía el gran hartazgo! Después de 36 años de gobierno socialista, parece que el resultado electoral aboca a un cambio de gobierno, cosa que, en principio, nos parece bien, y no porque el PSOE sea "malo", sino porque la alternancia en el poder es una cuestión de higiene democrática. ¿Será capaz el nuevo gobierno de responder a los retos que tiene planteados el pueblo andaluz? Porque, sin perder de vista lo que se tiene que hacer para mejorar las estructuras generales y sacar a Andalucía de los últimos puestos - todo ello a medio y largo plazo - a corto, priman las prioridades de las familias. Concitar de nuevo la ilusión de los ciudadanos andaluces, a cortísimo plazo, se nos antoja imprescindible. Para ello se precisa de inmediato un cambio en los modos y formas de gobernar y de hacer política. Hay que desterrar los cabildeos y pasteleos, el todo vale, el "y tú más" y las recíprocas descalificaciones e insultos. El nuevo gobierno va a ser objeto de una atenta observación. Pero la oposición también. Urgen acuerdos con el mundo empresarial y sindical, los enseñantes, los sanitarios y la administración de justicia. ¡Ojo a la calle!
Y detectamos la falta de liderazgos. ¿Cómo remediar esa falta con una política de alto riesgo y mal pagada?