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Viéndolas venir

La Mistela, sin mosquitos

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Álvaro Romero @aromerobernal1
01 jun 2019 / 10:56 h - Actualizado: 01 jun 2019 / 11:02 h.
"Viéndolas venir"
  • Gema Moneo durante su actuación el pasado jueves en el Festival de La Mistela de Los Palacios y Villafranca. Foto: A.R.
    Gema Moneo durante su actuación el pasado jueves en el Festival de La Mistela de Los Palacios y Villafranca. Foto: A.R.

El festival flamenco de La Mistela, el que se celebra en Los Palacios y Villafranca en honor a su vino dulce, es ya uno de los más antiguos de la provincia, junto al Gazpacho de Morón, la Caracolá lebrijana o el Potaje de Utrera. Obsérvese que todos estos nombres de las citas flamencas más legendarias y aún vivas de nuestra tierra hacen referencia a las cosas de comer, pues en torno a uno de esos platos colectivos que hacían comunidad a base de cuchareo se articulaban las actuaciones más o menos espectaculares de los artistas en aquella época en la que, como en el pueblo de los tomates cuando estos se promocionaban menos que las sandías, se vivía una intensa noche de cante a la luz de la luna y a expensas de los mosquitos, que también celebraban su propio festín.

Pero la cosa, como en la mayoría de esos otros festivales tan célebres, ha cambiado bastante. Tanto, que hace tiempo que el festival no se reduce a una noche, sino a varias, y no se organiza en cualquier corralón bajo el cielo marismeño, sino en el mejor recinto del pueblo: el teatro municipal, donde los artistas son tratados con la dignidad que merecen: la de cualquier creador sea del género que sea.

Lo digo porque hay todavía gente que echa de menos aquella pureza, dicen por ahí, de los festivales con la silla de playa y el melón en la nevera, aquellas noches de cante en las que unos cuantos listos, entre el runrún del público y el esfuerzo del guitarrista por afinar, les pedían a voces al cantaor o cantaora que hiciera un fandango o una soleá de Alcalá solo porque a ellos les apetecía. Yo creo que eso no es pureza, sino ficción, impostura, hipocresía social, falsa nostalgia, postureo de señorito, progresar a contramano... Me recuerda esa actitud a la de ciertas señoras de Sevilla que venían con su bolso de Carolina Herrera en el antebrazo, su rictus contraído y maquillado y sus pasitos cortos en tacones de media altura a la remozada cooperativa de Las Nieves cuando inauguró su limpio supermercado. Se quejaban aquellas señoras de que ya no era lo mismo, que ellas echaban de menos el palé de sandías en medio de la nave terrosa y el agricultor sudoroso descargando... Sobre todo porque en aquella época, disimulaban ya, había más diferencia en los precios y en las clases sociales...

En el flamenco pasa lo mismo: se respiraba hasta hace poco una herencia clasista del espectador habitual, acostumbrado a emborracharse y manipular a los artistas a su antojo. Y eso forma parte ya del pasado. Este Flamenco Patrimonio de la Humanidad lo es en todas partes y a todas horas. En Los Palacios y Villafranca, desde el pasado miércoles, La Mistela ha llenado un año más su gran teatro con su flamante Lámpara Minera, la precisamente palaciega María José Carrasco; con la bailaora Gema Moneo, que ha recibido la Venencia Flamenca, galardón de tan buenos augurios; y con la gran cantaora onubense Argentina. Esta tarde, junto a la peña El Pozo de las Penas, que es el origen de todas estas profundidades, Diego Carrasco protagonizará una tardeá de compás como solo él puede concebir. Y La Mistela habrá inaugurado así, oficiosa y dignamente, un verano en el que a los flamencos se los trata como al resto de artistas: con admiración y respeto.