La revolución de las mujeres NOMO

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Pepa Violeta Pepavioleta
01 dic 2018 / 08:46 h - Actualizado: 04 dic 2018 / 13:17 h.
  • La revolución de las mujeres NOMO

Con este estrés en el que nos vemos diariamente envueltas, cada vez se hace más usual hacernos nuestro repaso mental mañanero frente al ascensor, antes de lanzarnos a la calle. Las llaves, la cartera, el almuerzo, el móvil, la paciencia, el sueño, el repertorio de excusas para contar al jefe que justifiquen porqué siempre llegamos tarde, el reloj, la tarjeta de picar y... no sé, algo más falta que meter en el bolso. Ya en el coche, el espejo del conductor, me devuelve la imagen de una millenial, somnolienta, más preocupada por lo que olvida, que por lo que lleva encima y en ese instante... mierda!! Mi hermana dejó puesta la silla de su bebé en mi coche. El día no empieza nada bien, se masca la tragedia. Sobre todo, porque acabo de recordar que dejé en el piso el arroz y el instinto maternal y hoy en la oficina me van a dar para ir pasando. Yo lo llamo presión social planificada, esa que las mujeres NOMO soportamos en el trabajo y en nuestro entorno íntimo y familiar, por ir de kamikazes. Afirmar abiertamente que no somos, ni seremos madres, porque sentirse mujer completa no implica pasar por la maternidad, es tirarse en paracaídas sin el arnés puesto. Nadie nos garantiza que salgamos vivas del vuelo.

Y al ver la sillita de mi sobrino en el coche todavía puesta, no puedo dejar de reflexionar sobre por qué la sociedad decide seguir procreando pese a la superpoblación, el aumento exponencial de infertilidad, la precariedad laboral o la falta de conciliación. En principio, cuestiones poco atractivas para lanzarse al mundo pañal y potito. Particularmente, como mujer NOMO (no mother) tengo bastante clara mi argumentación, pero los padres y madres con los que hablo y me cruzo diariamente en el trabajo y en la calle ¿también lo tienen tan claro?

Estar en edad fértil y confesar que no eres madre, se convierte automáticamente en foco de interés en cualquier conversación o reunión que se precie. Da igual si antes estaban hablando de política, moda o coches, el siguiente tema de conversación eres tú. Y llega la pregunta, esa que te hace sangrar el oído y agotar la paciencia ¿Y los niños para cuándo? Se te pasará el arroz como sigas pensándolo. Eso es que no estás segura de tu pareja. Bueno tú tranquila, en cuanto menos lo esperes, llegará el instinto maternal. Es entonces cuando me pregunto si ese instinto del que me hablan vendrá por Correos o por Amazon y con esto de la Navidad, se ha perdido por el camino. Porque a esta altura del partido, el mío directamente se ha dado a la fuga. Como dice Elisabeth Bandinter, el instinto maternal es el mayor engaño de la humanidad y en esta afirmación subyace una serie de argumentaciones que vuelve a colocar a la mujer en una posición poco ventajosa. Culturalmente, el patriarcado ha construido una sociedad en la que la maternidad se concibe como la situación ideal y perfecta que toda mujer debe perseguir. Sin embargo, no se explica que como las monedas, esto también tiene una cara y una cruz. Este invento del instinto maternal no es más que una estrategia para tener a la mujer obsesionada por encontrar sentido a su vida fuera de ellas mismas y vinculadas sí o sí, al hecho de ser madres y a los cuidados. Sólo hace falta dar una vuelta por las clínicas de fertilidad y reproducción asistida para hacernos un mapa de la realidad social en la que nos encontramos. La maternidad se plantea como una meta, un objetivo, el único camino para alcanzar el éxito social y personal.

Otra de las artimañas de los/las pro maternidad consiste en apelar, una vez más, a nuestra naturaleza animal y hablan del instinto como algo innato, natural, más o menos latente al que no podemos hacer oídos sordos. Para eso, sobran las argumentaciones en contra, y es que hombres y mujeres somos animales distintos, no podemos compararnos con otros. Precisamente porque somos la única especie capaz de razonar, emitir juicios de valor, mantener una actitud crítica y capacidad para generar conocimiento, entre otras cosas.

Segundo dardo para las NOMO: el repetido egoísmo que supuestamente anida en aquellas mujeres que no quieren tener descendencia. Incapaces, las llama el patriarcado, de dar vida e invertir tiempo en otras personas que no sean ellas mismas. Todo un chantaje emocional con el que nos cruzamos, día sí y día también, para alejarnos de la idea de salir del rebaño. ¿no hay quizás más egoísmo en engendrar hijos/as propios aunque haya que recurrir a la inseminación o vientres de alquiler, en vez de hacernos cargos de algunos de los que mueren cada día en el planeta? Exactamente, uno cada cinco segundos muere por falta de alimento, bebida o enfermos. Hacernos responsables de la situación de superpoblación en la que vivimos y gestionar la natalidad de una forma comprometida con el planeta, también se me ocurre como idea que plantearles a los/as defensores/as de la natalidad.

Mientras que las NOMO seguimos soportando la irritante pregunta de por qué no somos madres y ninguna explicación parece encajar en esta sociedad machista y encorsetada, a nadie le da por preguntarle a una madre cuál fue el motivo real por el que decidió traer al mundo descendencia. Se estigmatiza a las NOMO y a las parejas que siguen este modelo de familia, porque sí, la familia es el vínculo de dos o más personas, independientemente del sexo de los integrantes y la existencia o no de hijos/as.

Sería conveniente pararnos a reflexionar que la decisión final de ser madres, rara vez se hace desde el plano de las ventajas y los inconvenientes. Es más, diría que los inconvenientes se silencian de forma descarada para no poner sobre la mesa el peso emocional que conlleva criar a los hijos/as hoy en día. Ante el cambio más radical que sufre la especie humana, optamos por el silencio y la mentira. Y es aquí, cuando vuelve a aparecer el instinto maternal y la presión social como estrategias para hacernos ver exclusivamente el lado bueno de tener hijos/as. Que ya os lo resumo: depositar en ellos/as expectativas y sueños no cumplidos en nuestras propias vidas y convertirlos/as en nuestros/as futuros cuidadores/as. Es decir, entre la incongruencia y el egoísmo se mueve al final esta decisión, por mucho que queramos disfrazar el asunto de principios biologicistas.

Como decía Honoré de Balzac “los que no tienen hijos ignoran muchos placeres pero también muchos dolores”. Está claro que tener hijos/as no deja de ser una opción de vida, pero quizás deberíamos ir pensando ya en dejar de violentar a las mujeres que deciden marcarse otros objetivos y planes de vida, sin pasar por la experiencia de la maternidad. Dar explicaciones sobre el NO es tan invasivo como dar explicaciones al SÍ. Quizás, si sistemáticamente los hombres notarán la presión del arroz que se pasa y el tic tac del reloj biológico, las prioridades serían otras. Si queremos personas satisfechas, seguras de sí mismas y de sus propias decisiones, hay que dejar vía libre a la libertad de elegir, sin prejuicios. Salir de lo normativo, ser el elemento herético, siempre conlleva peligros, ¿pero qué es la vida sin un poco de emoción?