La universal Andalucía de Távora, después de Queipo y antes de los ERE

Tanto amaba Salvador Távora a Andalucía, y tanto le dolía que para estar en cartelera le llegaran muchísimas más ofertas desde otros países que desde otras ciudades andaluzas.

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Juan Luis Pavón juanluispavon1
10 feb 2019 / 08:50 h - Actualizado: 10 feb 2019 / 11:37 h.
"Pasa la vida"
  • La universal Andalucía de Távora, después de Queipo y antes de los ERE

Al compás del cante, lo digo en corto y por derecho. Estos son los cuatro puntos cardinales del mejor homenaje que se le puede hacer a Salvador Távora tras su fallecimiento a los 88 años de edad. Conocer dos de sus espectáculos emblemáticos, 'Quejío' y 'Carmen, ópera flamenca de cornetas y tambores', que ya son encarnados por una nueva generación de intérpretes y siguen emocionando porque es un repertorio cuya vigencia ética y estética sobrevive a su principal autor. Remontar otros de muchos quilates teatrales y coreográficos, como 'Las Bacantes' y 'Cachorro', para girar con ellos dentro y fuera de Andalucía. Acudir con toda normalidad social al Cerro del Águila, su barrio de clase obrera, para participar en la actividad cultural de la sala teatral que ha puesto en pie en una de las antiguas naves de Hytasa, la fábrica textil donde en su juventud aprendió y ejerció el oficio de soldador. Y animar a los jóvenes creadores a que se atrevan, con su propia heterodoxia, a representar, contar y cantar la Andalucía contemporánea. La de sus pasiones y sus amarguras. Donde las peonadas, la precariedad y los mandamases ahora tienen ademán de 'call center', de contratos por un día, de confórmate con ser mileurista, de ayudas europeas mal aprovechadas, de paraísos fiscales.

A Salvador Távora, desde la admiración y desde la amistad, en pro de la cultura y de Andalucía, le di siempre mi leal y sincera opinión sobre sus espectáculos. Tanto cuando me llamaba a ver los ensayos en la sede de La Cuadra como en el momento de asistir a los estrenos en el Lope de Vega, el Central o el Maestranza, y la lealtad suprema es con los lectores de periódicos. Su mérito fue mayúsculo teniendo en cuenta sus orígenes: la durísima y analfabeta pobreza de una posguerra infame. Y cuando la inspiración se agostó, brilló aún más su talante personal, su humildad y su coraje cívico por afrontar, sin tener formación empresarial, el reto de consolidar un teatro en su barrio, arriesgando su patrimonio y afrontando una amenaza de desahucio por embargo como no lo hacen los políticos que dan abrazos y medallas y que solo aman la cultura cuando manejan el dinero de los contribuyentes.

Tener a su lado a la francesa Lilyane Drillon ha sido fundamental para que Salvador Távora, tras el formidable aldabonazo de 'Quejío', dispusiera de una brújula para que sus intuiciones aunaran y sublimaran durante 30 años muy fecundos el sentido de la cultura popular a pie de calle y la sensibilidad de las artes escénicas contemporáneas. Antes de todo eso, Távora empezó descubriendo y asimilando el emergente teatro de Alfonso Jiménez Romero, cuyo 'Oratorio', con el Teatro Lebrijano de Juan Bernabé, fue la piedra sobre la que se edificó buena parte de la causa común del teatro andaluz reivindicativo. Catarsis de dolor y dignidad, ansias de justicia y libertad con ecos de sabiduría milenaria, en las antípodas de la 'españolada' cinematográfica que jibarizaba el ser andaluz en condición de chachas y chistosos, que tanto daño causaba a quienes tomaban conciencia de las reglas del juego en la Andalucía masacrada por la represión franquista y por la mentalidad sanguinaria de Queipo de Llano.

Cuando mentes preclaras del teatro español, como José Monleón, tendieron puentes con los festivales franceses para que esos rebeldes con causa cruzaran los Pirineos, Távora y sus compañeros de aventura no solo se vieron inmersos en un torbellino de vítores y simpatías por la sorprendente fuerza de su puesta en escena y por su significación como ejemplo de una España que quería quitarse las mordazas. Se dieron cuenta de que, aun siendo advenedizos sin formación académica, su mensaje era moderno y universal. A la par que comenzaron a empaparse, en esas convivencias de festivales y giras, de las propuestas de compañías teatrales de muchos países libres y prósperos donde las artes escénicas propendían a la creación de espectáculos muy físicos y sensoriales.

Salvador Távora es coetáneo de una Sevilla, a comienzos de los años setenta, con numerosos focos de pletórica creatividad cultural que se abrían paso a pesar de las instituciones anacrónicas que dominaban el cotarro. Y todos incorporando en su identidad referentes de la cultura internacional. Los 'narraluces' encabezados por Alfonso Grosso, en sintonía con grandes novelistas norteamericanos y con el 'boom' de los escritores latinoamericanos. Los adalides de la simbiosis entre rock y flamenco, como el grupo Smash. Los pintores como Luis Gordillo y su entronque con el 'pop-art'. Los componentes del grupo teatral Esperpento y su asunción de los postulados de Bertolt Brecht. Los arquitectos identificados con el racionalismo y la Bauhaus. Lo que singulariza a Salvador Távora desde La Cuadra de Sevilla es su triple dimensión cultural, social y política. Su tesón para que la mayoritaria periferia se convierta en centralidad identitaria. Para que la cultura de transmisión oral sea reconocida y compartida como arte mayor. Y para que Andalucía deje de ser el pobre tonto útil de una España desigual.

Para resumir la universal Andalucía de Salvador Távora, baste recordar que en 1990 estrenó en Nueva York su versión teatral de 'Crónica de una muerte anunciada', novela del colombiano Gabriel García Márquez, que ya entonces era Premio Nobel de Literatura. Y cuando semanas después La Cuadra viajó a México D.F. para representar dicho espectáculo, tuvo lugar el ansiado encuentro con el gran escritor, que acudió a ver la primera escenificación de dicha obra. Al término de la actuación, 'Gabo' se acercó a Távora para felicitarle y le dijo: “Estoy asombrado, para mí han sido la hora y veinticinco minutos más cortos de mi vida” . En el posterior diálogo de confidencias entre el hijo del telegrafista de Aracataca, trasunto de Macondo, y el hijo de una familia de Sevilla que buscó acomodo en los vestuarios de una antigua piscina mientras se hacía una vivienda de aluvión en el barrio del Cerro porque su pobreza ya no cabía en el centro de su ciudad, latía la complicidad entre dos seres humanos que, a través del 'realismo mágico' y del 'teatro de los sentidos', convertían el sentimiento trágico de la vida y sus ideales en pasión por la fraternidad.

Tanto amaba Salvador Távora a Andalucía, y tanto le dolía que para estar en cartelera le llegaran muchísimas más ofertas desde otros países que desde otras ciudades andaluzas. Con la institucionalización de la autonomía hizo furor el provincianismo, y en las endogamias de nuevo cuño penalizaba el nombre La Cuadra de Sevilla. Mientras durante décadas el cuentakilómetros de sus giras equivalía a dar más de una vuelta al mundo, ejerciendo con orgullo la dignificación de una Andalucía crisol de culturas, en su tierra algo comenzaba a oler a podrido. Y no lo decía un personaje de Shakespeare sino las crecientes revelaciones periodísticas sobre casos de corrupción, como la cara oculta de la 'paz social' entre estamentos políticos, sindicales y empresariales. No cabía exigirle a Távora, con más de 70 años de edad y con la salud muy erosionada, ponerse a portagayola para lidiar la Andalucía de los ERE, de la Marbella de Gil, de los desfalcos en la Zona Franca de Cádiz, de los pelotazos en Roquetas de Mar,... mientras seguimos a la cola en renta y empleo.

Ni siquiera con la revientacaldera del 15-M, cuando personas de todo orden y condición compartieron su indignación al descubrirse estafadas en sus cuentas bancarias y en sus afinidades políticas, las generaciones de profesionales andaluces de la cultura que se criaron en el periodo de mayores libertades y bienestar en la historia de España no se atrevieron a llevar a los escenarios esa Andalucía del postureo ávida de llevárselo calentito. Sufren esa 'Andalucía amarga' que tantas oportunidades niega a los jóvenes con talento y provoca tanta emigración forzosa. Pero aún no se han roto la camisa con un 'Quejío'. Deben estar muy ocupados viendo series en Netflix.