La vida en la cola

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08 ene 2018 / 06:45 h - Actualizado: 08 ene 2018 / 22:46 h.

Cola para preguntar y cola para pagar. La tendencia a la cola se ha instalado para siempre. Los comercios someten a los consumidores a esta tortura de manera sistemática mientras reducen al mínimo el empleo. Un solo dependiente desbordado. Así no me extraña que se haya disparado la venta por internet.” Esta reflexión de una compradora ofuscada por el trato recibido de una multinacional de librerías en los días previos a Reyes es solo una de las quejas que me han llegado en estas fechas. Cuando no lo he sufrido en primera persona.

Cola hasta en el “chino” de la esquina el pasado domingo, cola para pagar la gasolina a precio de oro líquido, que tú mismo te has echado tras esperar (en cola) que te activen el surtidor porque un solo operario está para todo; cola para que te atiendan en la farmacia 24 horas, cola en el súper porque no abren más cajas hasta que no ven que la gente se impacienta y está al borde de la rebelión; cola para esperar un taxi en las paradas en las noches de Navidad.

El lema parece ser simple: “Ganar lo máximo y fastidiar hasta el límite de lo soportable”. A los trabajadores con precariedad, sueldos insuficientes y jornadas en negro interminables; y a los clientes, haciéndoles perder tiempo y dinero, a ver hasta dónde aguantan.

Hace años se criticaba ácidamente el modelo productivo español porque nos abocaba a ser un país de camareros. Hoy, hay que añadir, que vamos a ser un país de repartidores. De repartidores de Amazon, mayormente. Muchos establecimientos se están convirtiendo en puntos de entrega y recogida de paquetes de esta firma, de Correos y otras multinacionales de la logística y el transporte.

Por eso, el malestar de consumidores y usuarios encuentra en las nuevas formas de la economía colaborativa y digital el bálsamo a los sinsabores que provocan los resabios corporativistas de unos profesionales que se refugian en las inercias del pasado para destruir su futuro y el de casi todos.

Pero no seamos pesimistas. Nunca hay que perder la buena costumbre de protestar y reclamar ante las injusticias cotidianas, de levantar la voz en una cola y pedir las hoja de reclamaciones. Porque es nuestros derecho.