Lamparones de ternura

El doctor Pérez Calero sufre una enfermedad llamada ateneísmo sevillano severo, y es absolutamente incurable. Le he dicho que está perdido, que morirá con ella

03 jun 2017 / 23:58 h - Actualizado: 03 jun 2017 / 23:01 h.
"'La Pasión'"
  • Lamparones de ternura

No existen tiendas que vendan humildad ni tenemos hipermercados que despachen bien hacer, humanidades, bondad natural o sonrisas limpias. Son cualidades de algunas personas que adquieren cuando navegan en los vientres maternos, que sólo pueden traerse de cuna, que no se compran ni se venden. Esas condiciones se maman y fluyen dentro de esos seres que, a menudo sin saberlo, viven entre nosotros como ángeles enviados desde el mismo cielo.

Es verdad que vivimos en un tiempo en el que vibran más los teléfonos móviles que los corazones, y por eso llama la atención encontrar a alguien que agarre tu mano, que acaricie las horas, que no pierda el tiempo adorando a la tecnología. Gentes que hablan con el corazón en la mano y el móvil donde tiene que estar, en el bolsillo. Nunca al revés. Las vemos incluso como personas extrañas. Se paran para hablarte, te tocan. Sonríen incluso. Y no dudan un instante en ocuparse más de ti que de sí mismos.

Yo conozco a uno. No hace tanto tomó decisiones rápidas y evitó que mi cuerpo pasara un trance ciertamente delicado. Lo hizo al mismo tiempo con rigor profesional y con una humildad natural que parece de otro mundo.

Aquella bata blanca con lamparones de ternura daba cobijo al cuerpo del doctor Alberto Pérez Calero, otro ejemplo de que a veces los hombres se acercan a la jubilación cuando se encuentran en su mejor momento profesional.

Mi amigo Alberto diagnostica y receta cosas del corazón en la calle Marqués de Paradas y está enfermo. Sufre una enfermedad llamada ateneísmo sevillano severo y es absolutamente incurable. Le he dicho que morirá con ella y que no se me ocurre medicamento alguno que alivie los síntomas y contrarreste ese amor que siente por el sueño que un día tuvieron hombres como José María Izquierdo, José Jesús García Díaz o Antonio Hermosilla Molina.

Mi amigo Alberto, el de la perenne sonrisa, no vino al mundo a recibir. Él dedica sus horas a dar y a darse. Viste la bata de las personas buenas y lleva en los bolsillos esos bolígrafos cargados de tinta noble. Todo lo explica con amor. Todo lo dice con afecto. Y así da gusto. Me atrevo a decir que el doctor Pérez Calero te cura hablando.

La batería del corazón de mi amigo Alberto está llena, al cien por cien, porque no necesita cargadores ni enchufes.

El otro día lo vi en sus ojos. Sigue enamorado de su trabajo. Y sigue curando con su esa manera que tiene de relativizar tu agonía, de abrazar tu sufrimiento, de cargar con tu dolor y comprender que estamos aquí para ayudarnos, para que la vida sea una hermosa cabalgata.