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La Pasión

Las cosas de la Virgen

Mari Carmen es pura bondad vestida de mujer, una macarena ejemplar de cirio y adoquín, de medalla y lágrima, de recorrido completo y arco del cielo de Dios

07 jul 2018 / 23:30 h - Actualizado: 07 jul 2018 / 23:30 h.
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Salieron de la playa a la hora del calor de la siesta, del bocado del termómetro en el cuello, en ese tramo de la vida de julio que parece dibujado en nuestro ritmo vital para relajar lo cotidiano hasta el límite de frenar los latidos de la tarde y detener el tiempo, como flotando en el espacio, parado por completo, detenida la eternidad. Era pleno el calor del cielo, también lo era el calor de la tierra y, sobre todo, apretaba a dentelladas de rayos de luz el calor del corazón. Por eso Manolo y Mari Carmen se subieron al coche y pusieron rumbo a Sevilla, desde la playa. Lo hicieron porque les llamaba el afecto, el cariño. Tocaba a sus corazones el amor limpio, el mensaje del Evangelio. Y acudieron a la Misa a la que sabían que asistirían sus amigos de El Correo de Andalucía TV en el Cortijo Gota de Leche.

Manolo fue durante un tiempo guardián del miedo, responsable de la puerta de la capilla en la que rezan los toreros en el patio de caballos antes de citarse con esa mágica aventura de la tauromaquia en la plaza de toros más hermosa del mundo. Él conoce bien el temor a lo desconocido, el complicado equilibrio en el alambre de la incertidumbre, el miedo y el sudor frío del temor recorriendo la nuca. Mari Carmen es pura bondad vestida de mujer, una sonrisa tan limpia como su corazón y una macarena ejemplar de cirio y adoquín, de medalla y lágrima, de recorrido completo, de arco del cielo y besamanos eterno a la Madre de Dios.

Aparecieron en Sevilla –que estaba preciosa esa tarde– solo para arropar, acompañar, besar, tender la mano a sus amigos. Vamos, ejerciendo la amistad de verdad. Tras la Misa, el regreso. Pero querían estar con nosostros, con El Correo TV, con quienes necesitaban ese rato de paz. Ellos son el ejemplo, la muestra. Son muchas las personas que están abriendo los brazos para que nos metamos en ese escondite, como de falda de abuela, de pecho materno y protector, de lugar definitivamente seguro.

Mis amigos se despidieron con una sonrisa y un beso, con el corazón en la mano para regalarlo y con el ofrecimiento a seguir ayudando siempre.

Antes de marchar, Mari Carmen cogió mi mano y me puso en ella una pequeña medalla de la Esperanza que vive en el barrio de la Macarena. Por la otra cara de la medalla, su Hijo de la Sentencia. Me dijo que la llevara conmigo y que estaba segura de que me iba a ayudar. Entonces miré a Manolo. Las cosas de la Virgen... me dijo. Y nos dijimos adiós. Volverán, lo sé, en otro apuro.

Nunca sabe uno cuál es el futuro, pero sí puede contemplar su presente. En el mío hay personas como Manolo y Mari Carmen. Son increíbles, maravillosas. Y las quiero con toda el alma.