Ahora que todos: personas, ciudades, países, comunidades... se preocupan mucho por la imagen que transmiten, por su marca personal o colectiva, hay que analizar en detalle el discurso turístico, lo que le cuentan al visitante guías colaborativos, narraciones grabadas de los autobuses y barcos panorámicos, audioguías y las aplicaciones para móviles.
Los guionistas de estos relatos aprovechan en ocasiones para corregir la historia o eludirla si no es de su gusto, deslizar dosis de chauvinismo, introducir prejuicios sobre naciones vecinas o hacer propaganda nacionalista de su estado o comunidad. He escuchado en un bus turístico de Barcelona que Colón salió de su puerto para descubrir América y no he escuchado nada en un paseo por San Petersburgo de su pasado soviético.
Otras veces los narradores han pecado de laconismo al limitarse tan sólo a describir los monumentos que jalonan el recorrido y he echado en falta más datos de contexto que ayudan a conocer mejor la ciudad que se visita.
De la semana pasada tengo dos referencias antagónicas, la de un autobús de dos pisos en Varsovia y la de un barco turístico en Estocolmo, mientras la primera apenas informaba, la sueca pecaba de autobombo de la marca Suecia y de lo buenos que son los suecos en todos los ámbitos.
En Andalucía, los responsables turísticos de los ayuntamientos y de la Junta de Andalucía deberían abordar conjuntamente la supervisión de estas narraciones para mejorarlas y enriquecerlas con elementos de la marca respectiva de la ciudad y de la comunidad autónoma porque, al fin y al cabo, el turismo es una experiencia sensorial: vista, oído y gusto.