Los muertos del cante jondo

Cada mes de noviembre acudo al cementerio de Sevilla para visitar a los muertos del flamenco. Entro por la puerta y lo primero que hago es visitar a Pastora, El Pinto y Tomás, que están en la misma tumba

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Manuel Bohórquez @BohorquezCas
17 nov 2017 / 23:05 h - Actualizado: 18 nov 2017 / 12:34 h.
"Desvariando"
  • Los muertos del cante jondo

Una gran amiga, buena aficionada y doctora en Flamenco, Carmen Arjona Pabón, me suele decir que siento una extraña atracción por los muertos. Es cierto, no lo voy a negar. No sé si es debido a que perdí a mi padre cuando tenía solo dos años y que pasé mi infancia echándolo de menos, obsesionado con él y su ausencia, que fue muy dura para mí. De hecho, uno de los primeros recuerdos que tengo es un día que me llevó mi madre al viejo cementerio de Arahal porque su tumba se estaba hundiendo, para que fuera arreglada por un operario. No entré, pero desde la calle veía a través de la reja cómo mi madre y el albañil hablaban de poder evitar que se hundiera el nicho del todo. Una seguiriya gitana, vamos:

Agarrao a la reja
de aquel camposanto.
Cómo veía los ojos de mi mare
cubiertos de llanto.

Cada mes de noviembre acudo al cementerio de Sevilla para visitar a los muertos del flamenco. Entro por la puerta y lo primero que hago es visitar a Pastora, El Pinto y Tomás, que están en la misma tumba, al lado de la de Juan Belmonte y enfrente de El Espartero, el torero de la Alfalfa. «Cada día cantáis mejor», les digo. Luego giro a la izquierda y me voy charlar un poco con Gabriela Ortega Feria, la madre de Rafael y Joselito el Gallo, aquella fiera gitana de Cádiz que bailaba en los cafés de El Burrero y Silverio. La próxima visita es para saludar a Manuel Vega García El Carbonerillo, el gran cantaor sevillano de la calle Sol, de San Julián. Está en un osario y en su lápida se puede leer: «Tus sobrinos no te olvidan». Murió con 31 años, en 1937. Ahí ya derramo unas lágrimas, porque no puedo aguantar sus fandangos:

Ni nació en la macarena,
ni murió siendo un chiquillo.
Ni nació en la Macarena.
Manolo el Carbonerillo,
el de los cantes de pena,

el rey de los fandanguillos.

Avanzo hacia el Cristo de Antonio Susillo, el del pie cambiado, y me paro con el Niño de Ricardo, el genio del toque sevillano. Ricardo era mucho de contar anécdotas y estos días me han contado una con Manuel Vallejo, con el que no se llevaba muy bien. Resulta que fueron a actuar a Marchena y que había problemas para encontrar donde dormir. Actuaban al día siguiente y tenían que descansar.

–Mira, Vallejo, duerme tú en esa fonda que a mí me apetece dormir mejor en el cementerio.

–Si duermes en el cementerio, mañana le vas a tocar la guitarra al padre de Frasco el Colorao, que era de aquí.

Ricardo sabía que Vallejo era muy supersticioso y que no le gustaban los cementerios, de ahí la broma.

Farruco y El Chocolate se llevaban tan bien –eran cuñados–, que creo que por las noches, cuando está cerrado el camposanto, se ponen a charlar de sus cosas. Es para mí una visita obligada, porque quería a estos dos genios del baile y del cante como si fueran de mi familia.

Chocolate me contó que cuando empezaba a cantar, un señor de dinero lo contrató para que le cantara fandangos a su madre, de noche, desde el puente de San Jerónimo. El buen hombre la había perdido recientemente y no había encajado bien su marcha. Todas las letras que le cantara tenían que ser de madres, y el pobre Chocolate se pasó toda la noche, lloviendo, cantándole fandangos a la santa madre de aquel señor, que lloraba desconsoladamente mientras Antonio Núñez Montoya agotaba todo el repertorio de El Carbonero:

Que los besos de una mare,
No hay besos que sean tan dulces.
Como los besos de una mare.
Desde que murió la mía
nadie ha sabío besarme
como mi mare lo hacía.

No sé si sería posible o ético, pero si pudiera haría cada mes de noviembre un gran festival en el Cementerio de San Fernando de Sevilla para homenajear a todos los genios que descansan en ese lugar y que tanto hicieron por este arte y la cultura andaluza. A los que están ahí enterrados y los que lo estuvieron y cuyos restos desaparecieron: Silverio, El Canario, Frasco el Colorao, Cagancho padre y Cagancho hijo, El Gloria, La Moreno...

Pues sí, me atraen los muertos y cuando voy al camposanto sevillano los visito. Solo se muere del todo lo que se olvida.