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¿Me voy al PSOE?

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07 jul 2018 / 23:30 h - Actualizado: 07 jul 2018 / 23:30 h.

Estoy pensando si meterme en el PSOE porque de lo contrario no me voy a comer ni una rosca, y no lo hago sólo pensando en mí y en mi madre sino en mi equipo de colaboradores en la Universidad de Sevilla y en mis discípulos. Cuando a finales de los setenta el PSOE estaba buscando gente para sus filas entre los rojos del PCE y un destacado dirigente guerrista me dijo que me fuera con ellos, a lo mejor tendría que haber aceptado, pero era aún demasiado joven y, por tanto, ingenuo por partida doble porque los jóvenes de entonces éramos muy inocentes, no sé si tanto o más que los jóvenes rojos de ahora. Entonces debí tomar ejemplo de mis dirigentes rojos que se fueron al paraíso socialista. En cierta ocasión me topé con un viejo camarada de fatigas en la clandestinidad estudiantil que se había abonado al partido de la rosa sin espinas y me dijo: «Tío, es que yo ya estaba harto de perder».

La universidad pública andaluza –por lo menos la sevillana– está muy conquistada por la izquierda moderada y yo trabajo en ella, no creo que deba ir por este mundo de francotirador ni de reaccionario «pero de la izquierda», como se definía a sí mismo Woody Allen. Mejor sería que siguiera los consejos de mi difunta madre –«niño, tú no te señales»– e intentara que me admitieran en la institución aunque no sé en qué corriente: ¿Susana?, ¿Pedro?, ¿Izquierda Socialista?, ¿los viejitos de cuando éramos jóvenes ellos y servidor?, ¿Errejón? Ah, no, que Errejón creo que aún está en Podemos, por ahora, porque ya observo que el grupo Prisa lo incluye en sus eventos desde antes de colocar al frente de El País a Soledad Gallego-Díaz –martillo de los Kirchner, por rojos y antimonopolistas mediáticos– y quitar de en medio a Caño para que Sánchez se relajara.

La Universidad Pablo de Olavide y la UNIA despiden un perfume al que se le puede bautizar como Fragancias Socialistas. Y no digamos la mía, la Universidad de Sevilla. Me acaban de encargar que coordine un máster oficial, ¿cómo ir por esos despachos sin el carné?, ¿cómo aspirar a subvenciones a la investigación?, ¿dónde están en Andalucía y Sevilla las instituciones públicas y privadas realmente libres que miren los proyectos solamente en lugar de decir, también: «quiénes son estos que los impulsan»? No, no, de ninguna manera, esto no puede seguir así, debo confesarme, hacer apostasía y penitencia, pedir perdón por pensar por mí mismo y después intentar insertarme en la buena sociedad y marchar por el recto camino que debí tomar en su día.