Pasa la vida

No tilden de fachas a los barrios obreros donde Vox saca más votos que el PP

En el Distrito Cerro-Amate la elección por Vox ha evolucionado de 64 votos a 4.163, mientras que la apuesta por el PP ha pasado de 6.747 a 3.366.

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Juan Luis Pavón juanluispavon1
30 abr 2019 / 10:13 h - Actualizado: 30 abr 2019 / 10:22 h.
"Pasa la vida"
  • No tilden de fachas a los barrios obreros donde Vox saca más votos que el PP

Uno de los pocos factores positivos que va a deparar a la sociedad andaluza tener en muy pocos meses tantos procesos electorales consecutivos (en diciembre las autonómicas, en abril las generales, en mayo las municipales y europeas) es la devaluación del tópico sobre el 'voto cautivo'. Hay algunas comarcas agrarias donde es más recurrente el clientelismo y la mayoritaria vinculación con un mismo partido político. Pero en las grandes y medianas ciudades, cuya urdimbre social también está trufada de servidumbres y endogamias, es erróneo categorizar los resultados bajo el prisma del 'voto cautivo'. Por ejemplo, en Córdoba, que ha tenido alcaldes del Partido Comunista, como Julio Anguita; del PP como José Antonio Nieto, y del PSOE como Isabel Ambrosio, actual primer edil. No solo por el juego de los pactos. Según es la institución de la que elegir representantes (Gobierno de la nación, Junta de Andalucía o Ayuntamiento), para muchas personas varía el interés por votar o abstenerse, y deciden dar su apoyo a candidaturas de diferentes partidos.

Por eso en ciudades como Málaga es compatible que Francisco de la Torre (PP) sea su alcalde desde hace 19 años, ha ganado cuatro veces las elecciones locales, y durante ese periodo el PSOE volvió a ser el partido más votado por los malagueños en algunas convocatorias nacionales, como lo era en todas las citas durante los años ochenta. Y el creciente segmento de población que en cualquier ciudad se siente distante de la mentalidad de las adhesiones inquebrantables no tiene un trastorno bipolar, ni se flagela por considerar que se traiciona a sí mismo si en diciembre coge la papeleta de unas siglas y cuatro meses después se decanta por otras.

La gran incógnita sobre los resultados de las próximas elecciones municipales del 26 de mayo es hasta qué punto van a ser convergentes o contradictorias tres tendencias: ratificar o no el apoyo a un partido sin importar que esté en auge o en decadencia; cambiar de voto o no en función de sumarse a los partidos que están de moda, y tomar la decisión en función de tener o no algo de conocimiento sobre las cualidades de los candidatos a ser alcalde.

La volatilidad de la afinidad electoral, atinada o irreflexiva, se ha acentuado desde que en 2015 irrumpieron con fuerza Podemos y Ciudadanos, y recabaron millones de votos, sobre todo de personas que anteriormente eran habituales votantes del PSOE. El fenómeno Vox ha intensificado la disminución de la fidelidad 'de toda la vida'. Dos millones de personas que antes votaban al PP sí o sí, ahora han probado por identificarse con una marca de extrema derecha. Pero también han votado a Vox jóvenes y adultos que eran habituales abstencionistas, y otros que en años anteriores dieron su apoyo a Podemos porque representaba a su juicio el voto de cabreo, la protesta alternativa, el hartazgo.

Cuando menos identificación hay con un partido, es cuando más vulgarizan los partidos sus estrategias para convertir la captación de simpatizantes en maniqueísmo forofista. Porque de lo que casi nadie cambia en España lo largo de su vida es de identificación “con el club de sus amores”. Esta tendencia de simplificar la política en términos forofistas, rayanos en el insulto, está agravando la habitual aversión española a los pactos para afrontar los problemas más importantes. Y pactar la reforma de la fiscalidad, o la modernización del sistema educativo, o el plan de tráfico en un barrio, no puede hacerse cuando a tu interlocutor lo denomines constantemente como “traidor a la patria”, “trifachito”, “derechita cobarde”, “antisistema”, “rojo peligroso”, etc.

En las elecciones generales de 2016, cuando buena parte de la población española ni siquiera tenía algo de conocimiento sobre la existencia de Vox, en Sevilla, en los colegios electorales del Distrito Macarena Norte, uno de los que tiene menos promedio de renta per capita y más tasas de desempleo, el partido de Santiago Abascal tuvo 74 votos. El 0,18% de los sufragios en dicha zona durante esos comicios. Dos años y medio después, en la cita ante las urnas del 28 de abril, cuando se ha hablado de Vox hasta la saciedad, ha sumado 3.955 votos en dicho distrito. Aun cuando en buena medida quienes les han votado ignoran su paralelismo con los Trump, Le Pen, Salvini, Urban, Farage y otros que quieren demoler la Unión Europea. En Macarena Norte es el 8,98% de los votantes. 948 votos más que el Partido Popular, que ha vivido el vértigo a la inversa: de alcanzar allí 6.400 votos en 2016, a solo 3.007 el pasado domingo, que equivale al 6,83% del vecindario que fue a votar.

Esto no es un caso aislado. En el Distrito Cerro-Amate, otro de los ámbitos urbanos con mayor porcentaje de personas con problemas económicos y laborales, la elección por Vox ha evolucionado de 64 votos a 4.163, mientras que la apuesta por el PP ha pasado de 6.747 a 3.366.

No tilden de fachas a los barrios obreros donde Vox saca más votos que el PP. Aún es pronto para saber si en España dentro de 10 o 20 años ocurrirá lo mismo que sucedió en Francia, donde ciudades en las que el Partido Comunista tuvo una gran implantación social, y alcalde durante décadas, ahora son gobernadas por dirigentes del Frente Nacional. Porque les votan desde familias que se criaron teniendo como ídolo al Che Guevara.