Los Palacios y Villafranca

Nuestros chicos del coro

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Álvaro Romero @aromerobernal1
23 jul 2019 / 09:31 h - Actualizado: 23 jul 2019 / 09:34 h.
"Música"
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Mucho antes de que la película francesa Los chicos del coro popularizase la fuerza educativa de la música, en Los Palacios y Villafranca se había conformado ya otro coro que lo había demostrado con creces. Pero nadie hizo la película de aquel milagro verdadero. Ya sé que están pensando en la fabulosa Escolanía, que está llevando el nombre de su pueblo, tan melódicamente, a todos los rincones de España y más allá.

Pero no me refiero a ella, que es ya una institución regida por la serenidad del maestro Enrique Cabello y el genio soberbio de Juan Manuel Busto, sino a otro coro aún mayor pero más desconocido, y con diversidad de instrumentos, como diversos son los niños, todos, que lleva décadas funcionando con la disciplina de un colegio: Musilenque, que es como se llama, en mágica acronimia, el proyecto que impulsan los maestros del único colegio que allí no tiene nombre de personaje, sino de lugar con solera de la tierra: el Palenque, que era donde llevaban las sandías y los tomates los bisabuelos de estos niños cuando aún no existían las cooperativas.

El colegio público Palenque ha conseguido que su proyecto integrado de música en la enseñanza, que integra verdaderamente la matemática primaria en la contabilidad del pentagrama, el lenguaje humano en el lenguaje musical y toda la historia del arte en el arte de sus canciones, esté nominado al premio Acción Magistral, convocado por el BBVA y la FAD, que buscan iniciativas creativas, innovadoras y con impacto social en toda España. Lo único que necesitan es el apoyo, la confirmación, el sí de quienes saben que lo merecen, votándolos, hasta el 2 de agosto, en www.accionmagistral.org, en el apartado de finalistas autonómicos, en la modalidad de proyecto centro A.

Y hay muchísima gente que sabe que Musilenque asombraría a toda España, sobre todo esa gente de mi generación que conoció el colegio Palenque sin muros en el patio de su recreo, como el Instituto Viejo donde estudié yo, en aquella época en que los chiquillos nos perdíamos por la infinitud de sus lagunas pobladas de lombrices en los largos inviernos de nuestra infancia; toda esa gente que sabe a ciencia cierta el escalofrío que como pueblo sentimos al escuchar las melodías de sus alumnos en Navidad, en Santa Cecilia, cuando pasan las lentas carretas de bueyes rocieros por la calle Real; toda esa gente que hoy, de pronto, descubre que el Palenque suena de una manera radicalmente distinta porque es ya un colegio de referencia. Y eso no se consigue en dos días, ni con un premio. Pero el premio coronaría el esfuerzo de tantos días.