Veo a Otegi en la Diada apoyando el separatismo catalán y se me revuelve el estómago leyendo las cosas que dice sobre la democracia y de cómo hay que escuchar a la gente, al pueblo. Si por el pueblo fuera, este sujeto no andaría por las calles, pero las leyes democráticas del país al que odia lo han puesto ahí, a pesar de lo que fue y de lo que es. ETA no escuchó al pueblo español cuando clamaba en la calle para que la banda terrorista, los suyos, no asesinaran a Miguel Ángel Blanco. Fueron manifestaciones silenciosas y pacíficas en la puerta de todos los ayuntamientos de España para intentar salvar la vida del joven, que al final fue ejecutado. Ni siquiera escuchó al pueblo vasco, en la marcha más numerosa de la historia en la capital vizcaína. Ahora, este individuo condenado por secuestro y pertenencia a banda armada quiere que el pueblo catalán sea escuchado en unas urnas ilegales, se va a Barcelona a portar su banderita y los Mossos le facilitan el camino y lo protegen ante las incómodas preguntas de un periodista. ¿Qué queda aún por tragar?