Pamplinas y papalinas

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03 may 2017 / 21:04 h - Actualizado: 03 may 2017 / 22:41 h.

Dice el maestro Burgos que la papalina es «es el grado tajarino de la exaltación de la amistad». Y que agradable es encontrar al amigo con esa media sonrisa dando más abrazos que el «señorito», penitente permanente del Monte de Piedad, en la entrada de Puerta del Príncipe, esperando tener suerte y que no muchos se den cuenta de que toma el camino del bar para ver el canal Toros.

Esa papalina que te permite agarrarte del brazo de las más guapa de la pandilla aunque de normal seas un sieso con balcones a la calle y ella –con caridad– te sonríe para que tú sigas falseando con tus sueños.

El único peligro es la similitud entre la papalina y las siete y media que como ya dijo Muñoz Seca es «juego vil, que no hay que jugarlo a ciegas, pues juegas cien veces, mil, y de las mil, ves febril que o te pasas o no llegas... Mas ¡ay de ti si te pasas! ¡Si te pasas es peor!» pues ya entra en el estado de las pamplinas; de decir pamplinas.

Que se pierden los frenos de las palabras en las carreteras cerebrales y con lengua media o media lengua salen de la boca del pamplinoso las frases desgraciadas que convierte el agradable estadio de papalina en el desagradable de la taja inmisericorde.

Antes las pamplinas las solían decir vascos y catalanes. Los primeros son cada vez más corteses y los segundos contenidos antes las cosas que tienen encima. Pero qué decir de aquellos madrileños, estos que vienen a la Feria y empiezan a hablar en «andaluz» –que te acuerdas de «to su casta»– o a voz en grito expresa que ellos están es su tierra pues Andalucía es de ellos... y entonces las filosofía zen que el sevillano practica en la Feria se da un tiempo antes de contestar «lo bonito que sería sí el AVE no tuviera parada en Madrid y fuera directo a Europa».