Qué fatiguitas de país

La Justicia no es igual para todos, para qué vamos a darle más vueltas a este asunto tan manido. Nunca lo ha sido en España ni en cualquier otro país del mundo. Si no pregúntenle a Urdangarin cómo van las obras de su celda

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Manuel Bohórquez @BohorquezCas
03 nov 2017 / 21:31 h - Actualizado: 03 nov 2017 / 21:50 h.
"Desvariando"

Por lo general, España no es un país aburrido, sino todo lo contario, pero llevamos unos meses que nos lo estamos pasando bomba, mejor de lo habitual, con esto del independentismo, el golpismo, los rebeldes soberanistas o lo que sea. Y La Sexta haciendo caja con un Ferreras batallador, luego no todo hay que verlo desde el lado negativo. El pasado jueves, cuando la jueza Carmen Lamela mandó a prisión a Oriol Junqueras y a siete exconsejeros del Gobierno catalán, leí cosas en las redes sociales la mar de divertidas, como, por ejemplo, que la Justicia no es igual para todos. Pues no, para qué vamos a darle más vueltas a este asunto tan manido. Nunca lo ha sido en España ni en cualquier otro país del mundo. Si no pregúntenle a Urdangarin cómo van las obras de su celda, que parece que le están haciendo un búnker.

Creo que se han pasado encarcelando a los golpistas, y que hubiera bastado un «venga, pillines, que no vuelva a ocurrir, ¿vale?». Incluso organizando una barbacoa en campo neutral, digamos en Marinaleda. En democracia es complicado meter en el trullo a líderes políticos, porque las cárceles se hacen normalmente para la gente normal, para los pobres que tienen que delinquir, estafadores de poca monta o acosadores sexuales, con sotana o sin ella. A veces entra algún dirigente del PP, como Francisco Granados o Ignacio González, pero un poco para que veamos que la Justicia es ciega, o, al menos, tuerta. ¿Qué problema hay en que un político corrupto o que viole la ley entre en prisión? Eso es salud democrática, o debería serlo, no represión franquista.

Un ministro fue a visitar un colegio que necesitaba una reforma y una vez que le enseñaron la obra que había que hacer, dijo: «Puede aguantar aún un tiempo, porque no está la economía para alardes». Luego lo llevaron a ver la cárcel y mandó poner televisores en las celdas, agua caliente en las duchas, un gimnasio con sauna y otras lujosas delicias. Alguien le preguntó: «Oiga, me extraña que haya dinero para la cárcel y no para el colegio». A lo que respondió el ministro: «Estoy seguro de que no voy a volver al colegio, pero un día puedo acabar en esta cárcel». Lo que no sé es si era del puño y la rosa o de la gaviota, aunque no creo que esto importe mucho en momentos como los que vivimos.

Lo que es chungo es que hayan regresado los presos políticos, según Pablo Iglesias. Creo que desde Tejero no se encarcelaba a nadie en España por sus ideas políticas. No lo entiendo, porque no había ningún riesgo de fuga. Carles Puigemont no se ha fugado, está de compras en Bruselas y se ha llevado a cuatro de sus exconsejeros para que le abran los botellines. ¿Cómo que no había riesgo de fuga? Aunque la jueza no los ha mandado a la cárcel solo por eso, sino por el riesgo de que destruyeran pruebas y la alta probabilidad de reiteración del delito, entre otras cosas. No domino mucho el tema de la Justicia, pero la jueza Lamela no parece sospechosa de actuar por mandato político. Ah, según Ada Colau, la alcaldesa de Barcelona, es por «revancha» o «venganza». Ella sabrá, y es posible que tenga que responder por esto ante la Justicia, porque es una grave acusación.

Lo triste de todo esto, entre otras muchas cosas, es que un gobierno que fue elegido democráticamente en las urnas por los ciudadanos acabe en la cárcel por violar reiteradamente la ley y atentar contra el Estado de Derecho. Y no han sido metidos en la trena por una sentencia, sino como medida provisional para tener la seguridad de que van a responder ante la Justicia, de ahí que haya sido prisión incondicional sin fianza. ¿Qué gravedad hay en esto? Tendría que verse como algo natural, porque nadie debe estar por encima de la ley.

El líder de Podemos, Pablo Iglesias, dijo esto en El País del 26 de mayo de 2016: «Nadie debería estar en la cárcel por sus ideas, pero hay que respetar la legalidad de todos los países». Lo dijo justificando la detención del opositor venezolano Leopoldo López. Ahora, año y medio después, habla de «presos políticos» en España y se ha puesto de parte de los rebeldes independentistas y en contra del Estado de Derecho. Alguien que aspira a dirigir un país como España no puede cometer tan grave error y lo acabará pagando en las urnas. O no, porque nunca se sabe: los españoles votamos a veces a personajes como éste. Lo digo porque Álvaro de Marichalar amenaza con crear un partido político y José Manuel Soto –ese señor que canta–, con aspirar a la alcaldía de Sevilla si la capital andaluza se viniera abajo.

A los líderes del independentismo, que crearon y aceleraron el procés para evitar la cárcel por corruptos, se les ha ido esto de las manos y al final están en el trullo, aunque por otras cuestiones. Y el capataz, Puigcagont, en Bruselas intentando evitar la litera de Alcalá Meco. Mientras, algunos politólogos, artistas e intelectuales se olvidan de quiénes son los que han cometido los delitos y parecen querer que el Gobierno y la Justicia tengan que justificar el encarcelamiento, que den explicaciones por respetar la Constitución y aplicar la ley, en vez de exigir que las den los otros, los delincuentes, por saltársela y por delinquir.

Y a todo esto, ¿cuántos meses o años nos quedarán que aguantar todavía con este asunto del independentismo catalán? ¿Se eternizará o terminará en meses? Ada Colau ya le ha pedido a Mariano Rajoy amnistía para los encarcelados y también para Puigdemont. Pero vamos a ver, ¿ya no le interesa la separación de poderes, señora Colau?

Qué fatiguitas nos quedan que pasar estas Navidades, que ya están aquí. El pasado año pasé la Nochevieja en Balbarda, un pueblecito de Ávila sin tabernas y solo con treinta o cuarenta habitantes. Este año voy a intentar que me den vacaciones en el periódico para irme no en Nochevieja, sino una semana antes. No sé qué habremos hecho mal los españoles para merecer esto, pero algo habrá sido. O lo averiguo estos días o acabaré uniéndome a Puigdemont.