¿Quién no tiene un pasado?

No votaría jamás a nadie que haya intentado siquiera eliminar lo que fue años atrás para obtener la mamela del presente metiéndose en política. No votaría nunca a Pablo Iglesias, por poner un ejemplo

Image
Manuel Bohórquez @BohorquezCas
06 jul 2018 / 21:02 h - Actualizado: 06 jul 2018 / 21:03 h.
"Desvariando"

Un cargo tiene que molar, supongo, aunque desconozco lo que es. Pero, ¿tanto como para renegar de tu pasado o tener que borrarlo en parte o en su totalidad para tener un coche oficial y un buen sueldo? Pues sí, somos así de miserables, para qué nos vamos a andar con rodeos. No votaría jamás a nadie que haya intentado siquiera eliminar lo que fue años atrás para obtener la mamela del presente metiéndose en política. No votaría nunca a Pablo Iglesias, por poner un ejemplo, porque he visto y oído lo que dijo hace años sobre el terrorismo, algunos dictadores, la casta o la democracia.

Pero no le votaría nunca no por lo que dijera en concreto, que lo haría convencido de ello y estaba en su derecho, sino por intentar borrarlo todo para llevarme ahora al huerto y luego comprarse un chalé de casi un millón de euros, siendo un recién llegado a la casta. Ni siquiera ha esperado a sentarse en el sillón presidencial para empezar a fardar y a hacerse rico, como hicieron algunos de esos dictadores a los que tanto venera, aunque ya menos porque no le interesa que le relacionen con determinados líderes de la historia.

La historia no se borra, aunque sea algo que se está poniendo de moda en nuestro singular país, donde no solo tenemos a políticos y gobernantes que eliminan su pasado para mangar en el presente –mangar, en Cádiz, es buscarse la vida–, sino a estos mismos, empeñados en hacer desaparecer lo que fuimos todos, Franco y los demás. Es una obsesión lo de eliminar al sanguinario dictador de la historia de España, cuando a lo mejor habría que dejarlo ahí para que nunca olvidemos lo que fue y lo que hizo, y para que se lo coman los buitres.

Pero es que, si nos ponemos a borrar en serio, a lo mejor habría que tener cuidado porque, aunque nos duela, hay españoles que siguen pensando que el dictador salvó a nuestros antepasados del comunismo. Y a nosotros, los hijos y los nietos de aquellos, que hoy podríamos vivir en una república ya adulta como la de Francia o en una democracia participativa o semidirecta como la de Suiza, en vez de en una monarquía parlamentaria que nos tiene como nos tiene, con ganas de volver a matarnos a tiros o a machetazos.

Creo que fue Obama el que comentó que le iría mal si se considerara todo lo que dijo en el instituto. No le fue tan mal, por cierto. Tampoco le va tan mal a Monedero, quien dijo que el legado de Chávez nos iluminaría a todos «frente a esa basura mediática de mi país». Y ya lo ven, todos los días en las televisiones dando lecciones de democracia y de cómo se puede odiar a España viviendo o pretendiendo vivir de ella, que por eso no para de decir que todo es una basura.

Uno se puede avergonzar de su pasado por distintas razones, pero si ahora que sabes que vas a ocupar un cargo importante que te va a cambiar la vida me quieres decir que no eres el de entonces, que eres mejor, más honrado y más digno, te puedes ir a donde picó el pollo porque no te voy a dar ni un soplo en un ojo. Hay quienes incluso ocultan su origen humilde o la ideología de sus padres o abuelos por aspirar a un cargo político.

Un señor escribió un libro y me pidió que le hiciera el prólogo. Cuando se lo entregué y lo leyó me dijo que iba a eliminar del texto lo de que había sido albañil, que yo destaqué en su currículo porque me parecía que tenía mérito venir de donde venía y haber escrito un libro tan interesante. Se avergonzaba de su origen y del de su padre, que también fue albañil. Aquello me chocó bastante, porque si hay algo de lo que debemos presumir es de nuestros antepasados, se dedicaran a lo que se dedicaran o fueran lo que fueran.

Lo escribí no hace mucho tiempo en una Tostá, pero vuelvo a exponerlo aquí. Jamás he tenido un cargo público, ni creo que lo vaya a tener nunca porque reconozco que no doy el perfil. Y a veces me he preguntado si sería capaz de intentar borrar algo de mi pasado para que nada ni nadie me pudiera quitar la mamela. Podría borrar que un día le robé una pera en dulce a uno de aquellos turroneros que iban a Palomares del Río a finales de los sesenta, porque no tenía dinero para comprarla. Sí, la robé, cometí un delito por el que me llamaron bandido goloso, una especie de José María el Tempranillo en miniatura.

Imaginen que me quisiera presentar de candidato a la alcaldía de este pueblo y que alguien de mi edad, políticamente contrario, dijera en Facebook que tenía ese lunar negro en mi vida, el de haber robado con 8 años una pera en dulce de un puesto ambulante de turrón. No contaría los detalles del robo del siglo, claro, para hacerme más daño. Cómo tuve que salir corriendo con la pera en la mano mientras me perseguía Manolito el Municipal y acabé llorando de pánico debajo de un carro, pero pegándole mordiscos al manjar prohibido mientras un guardia civil me preguntaba que a qué hora llegaba mi madre del almacén de aceitunas de Coria del Río, El Pollo, porque pensaban obligarla a pagar la maldita la pera.

Es una vergüenza lo que está pasando en nuestro país con este asunto. No hay que extrañarse de que algunos talentos huyan de aceptar cargos políticos de relevancia ante el temor de que les saquen los colores y algo más en las redes sociales. No ya de que puedan decir que robaron alguna vez una pera en dulce, sino que sus padres fueran franquistas o republicanos o que tuvieran una granja en la que apaleaban a los cerdos antes de acuchillarlos para que la carne estuviera más jugosa.

La periodista podemita Cristina Fallarás, nueva consejera de RTVE, confesó que robó un bote de pasta de dientes de un supermercado y ya le han publicado la historia y colocado el vídeo en las redes. Dos meses después fue a pagar el tubo de pasta, y eso ya merecería un ministerio, como mínimo.