Recuerda, recuerda, recuerda...

Image
Pepa Violeta Pepavioleta
17 mar 2019 / 13:19 h - Actualizado: 17 mar 2019 / 13:23 h.
  • Recuerda, recuerda, recuerda...

No se en qué momento nos inocularon a las mujeres el sentimiento de culpa y la extravagante idea de que podemos hacer mil cosas a la vez. Tremenda trampa nos tendió aquí el patriarcado. Nos metieron un golazo por la escuadra y no lo vimos venir. Que se lo digan al 71% de mujeres que han declarado en nuestro país sentirse agotadas por la carga mental que soportan cada día. Dato más que interesante que os animo a consultar en el estudio realizado por la web Próxima a ti, de la compañía P&G.

Mujeres que llenan las consultas de atención primaria con cuadros de estrés y ansiedad. Que inundan las calles, compañeras de oficina, amigas, hermanas... todas unidas por el mismo sentimiento de no llegar a todo, extenuadas por dentro y por fuera y que se auto-repiten siempre el mismo mantra: recuerda, recuerda, recuerda... con auténtica devoción y desmesurada resignación.

Cuando hablamos de carga mental, nos estamos refiriendo al peso invisible que soportan las personas encargadas de la logística y la planificación de las tareas domésticas. Esfuerzo mental, agotador y constante como una gotera, inevitable para que todo en el hogar fluya y nuestra morada no se convierta en un auténtico campo de batalla, sobre todo si hay criaturas a las que atender. Y sí, lo han adivinado, somos nosotras en más de un 70% las portadoras de tan pesada mochila. Seguramente la respuesta de la mayoría de hombres “no conscientes” sea: “¿pero acaso os obligan?. Nosotros también hacemos las tareas domésticas, trabajamos y llevamos al niño al dentista”. Y es entonces cuando las feministas nos planteamos si reír o llorar y nos reafirmamos una vez más en que hay mucho en lo que trabajar. Porque si hay algo en lo que hay que incidir y bien, es en visibilizar esta realidad, para dar nombre y apellido a un síntoma que afecta a las mujeres y que las condena a una acelerada pérdida de calidad de vida y desgaste emocional. Como sociedad avanzada, tenemos la obligación de tratar estas cuestiones con la importancia que merecen y evaluar las causas para poner soluciones a un problema grave.

Ahora viene el pataleo y el berrinche propio de quién se niega a perder privilegios, pero lo sentimos mucho, no podemos hablar de equidad si los hombres no se comprometen a adquirir la mitad de esta carga mental. O buscar la fórmula perfecta de manera conjunta entre hombres y mujeres, para trazar planes, estrategias y recursos para que la sociedad pueda hacer frente al trabajo y la procreación sin renuncias ni sacrificios. Que nuestra salud esté por encima de todo y los gobiernos se impliquen en crear y consolidar un auténtico estado de bienestar.

Las mujeres hemos empezado a ocupar espacios en lo laboral al mismo nivel que los hombres, pero no hemos soltado lastre en lo familiar. Esta doble jornada nos ha explotado en la cara, especialmente cuando nos convertimos en madre. Nadie nos obliga a asumir esta carga, pero si no lo hacemos, somos conscientes de que la unidad familiar y la armonía se resienten. Nos resignamos y nos atribuimos esta responsabilidad, que además el patriarcado en el que vivimos ya nos ha inoculado previamente con mensajes y códigos de conducta sexistas. Repetimos patrones vinculados al género, sin pararnos a pensar cómo nos perjudican. Somos conscientes y permisivas a la hora de recortar de forma voluntaria nuestros espacios de ocio, en pro de mantener un hogar organizado y naturalizamos situaciones como hacernos las uñas mientras apuntamos en el móvil la lista de la compra, que llevamos memorizando y ampliando toda la mañana. También naturalizamos salir a dar un paseo (¡Ojo! esto es casi leyenda urbana y es sólo para las afortunadas que son capaces de sacarle al día media hora “libre”, después de currar, dejar a la prole atendida y el frigorífico lleno) y en ese transcurso, realizar mil llamadas para dejar las citas médicas planificadas, atender el grupo de wassup de madres que todavía andan discutiendo el vestuario de las criaturas para la función de navidad y si el desayuno para el recreo debería ser más vegano. Dar instrucciones a la familia desde la ducha, corregir los deberes escolares mientras dedicamos fugaces miradas al informativo, recoger la mesa y de camino a la cocina aprovechar par regar las plantas, recoger la toalla que está a punto de germinar del suelo del baño y que por lo visto debe de ser igual de invisible que nuestra carga mental, porque misteriosamente sólo la hemos visto nosotras; anotar en la agenda llamar a la suegra que anda enferma y por fin llegamos a la cocina. Al final la tarea de recoger la mesa se ha convertido en una sesión maratoniana de dos horas.

Nuestros espacios de ocio y de descanso se diluyen como el agua bajo un sol abrasador y a la misma velocidad aumenta nuestro nivel de estrés, cansancio e irritabilidad.

Siempre alerta, adelantándonos a los acontecimientos, planificando para que todo marche incluso cuando no estamos físicamente presentes en el hogar.

Cuando un hombre espera que sea su pareja la que le pida ayuda para hacer determinadas tareas, ya está dando por sentado su rol de subordinado y a ella otorgándole sutilmente el de coordinadora y ejecutora de las tareas. Esa frase lapidaria ¿qué más tengo que hacer? denota la falta de implicación y la cero predisposición de asumir parte de esa carga mental.

Soluciones se me ocurren muchas, a las que sumar mi clara intención de destruir este sistema patriarcal que nos oprime, con discursos que nos hagan cuestionarnos porqué reproducimos mandatos de género y a quién beneficia mantener esta estructura desigual. Contratar a inmigrantes para realizar las tareas domésticas, soltando pasta y manteniendo otra estructura de explotación laboral femenina, particularmente no me convence. Podríamos apostar más por reeducar a los hombres, para que sean ellos mismos los que reivindiquen su derecho a estar en casa planificando, ejecutando y cuidando con bajas laborales más amplias. Y no seamos nosotras las que tengamos que salir a la calle a pedir por ellos. Un cambio de roles inmediato, para que la empatía se convierta en motor para el mantenimiento de relaciones humanas saludables, completas y satisfactorias. Y por su puesto coeducar, para que nuestras criaturas, hombres y mujeres del futuro, no tengan que desaprender y entiendan que las tareas domésticas y los cuidados son responsabilidades intransferibles.

“El ángel del hogar” ¿os suena? ese arquetipo manoseado por el androcentrismo y readaptado mil veces, donde pretenden encerrarnos otras vez a las mujeres, para que ante la imposibilidad de soportar más peso nos rindamos y acabemos renunciando a nuestra vida profesional para mantenernos en la tranquilidad de un hogar bien atendido.

Buen intento para hacernos volver a lo privado, pero a nosotras que nos gustan los desafíos, preferimos seguir apostando por un mundo más justo e igualitario. Somos conscientes de que los cambios no siempre llegan al ritmo deseado, pero en este camino nos vamos haciendo con las herramientas para trabajar por una sociedad madura y responsable, en la que no tengamos que elegir y en la que todas y todos podamos disfrutar del placer de cuidar y proteger a una familia y sentirnos profesionalmente satisfechos con nuestros logros. Sólo así podremos hablar de justicia social y es posible alcanzarla, lo prometo ¿Empezamos por visualizar?