Igual que otras veces a lo largo de la Historia, en más de media humanidad, una gran parte de la población y de las corrientes de pensamiento que la representan han dejado de guiarse por la racionalidad y se ha refugiado en el sentimiento primitivo. El camino de la desigualdad abierto por la crisis en vez de haber generado cooperación racional para evitarla, ha traído una sentimentalidad morbosa que, promovida, alentada o incentivada con frecuencia por agentes y factores externos, lleva irremediablemente a la polarización hasta en lo más nimio como el episodio de la Carroza de la Igualdad en la cabalgata de Vallecas que ha provocado una oleada de homofobia intolerable.
Intolerable. Pero ¿sería políticamente incorrecto preguntar el papel de esa carroza en medio de la escenificación anual de un cuento maravilloso? ¿Tiene algo que ver la Igualdad, en el centro del lema de la Revolución Francesa, con Merlín, Princesas y Príncipes Encantados y el Mago Tranlarán? Pues lo mismo que la banda y música de la Guardia Civil, seguida de la sección de a caballo de la Policía Nacional que abrían el cortejo en Sevilla generando el ondear de banderas de España en los balcones y, como si fuera un desfiles militar, los aplausos de muchos espectadores. Remataba la faena, ya cerca de Baltasar, una agrupación musical cuya pieza más repetida fue el pasodoble Que Viva España. En definitiva, vivimos en una sociedad en la que se ha instalado la lógica atávica de la pelea infantil, con el mojar la oreja al contrario como principal argumento dialéctico.