Ser elegante

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31 mar 2018 / 21:30 h - Actualizado: 31 mar 2018 / 21:30 h.

Ahí está la clave: se trata de SER, no de estar elegante. Quien ES elegante, consigue estarlo hasta en babuchas; quien no lo ES, sino que simplemente intenta aparentarlo a través de la vestimenta, irá por la vida a tientas (hasta que se de el batacazo –que se lo dará–). La elegancia, como la dignidad o la decencia, son cuestiones que difícilmente se pueden impostar, son «marca de autenticidad humana» y, como tales, vienen con la actitud personal.

Acertadamente lo expone Carolina Herrera cuando plantea: «¿sabes qué es la elegancia? no es sólo lo que llevas puesto, es cómo lo llevas, quién eres por dentro», y es que quien se conoce por dentro, consigue que esa realidad se transmita por fuera, distinguiéndose de los demás: ya no es un cualquiera, sino que en la dirección de su DNI figura: «elegancia de primera»; esto nada tiene que ver con cuánto dinero tengas en la cartera sino, más bien, con ¡cuánto te quieras! porque, según la RAE, «elegante» es «dotado de gracia, nobleza y sencillez» y ¿dónde se puede ver más la brillantez de la elegancia que en una persona que se siente a gusto en su propia piel? ¡Es este tipo de elegancia impedecedera la que traspasa todas las fronteras!

Coherencia entre esencia y apariencia

En la vida y en los negocios es importante ser elegante, y ¿qué supone ser elegante? supone estar rebosante de actitud, supone hacer que brille el tú, supone ser amante del buen gusto, supone transmitir una seguridad que emana de la naturalidad, supone que haya una coherencia entre esencia y apariencia... Giorgio Armani lo define muy bien: «La elegancia es coherencia. Si no sabemos mirarnos, nunca lograremos ser coherentes», cuando sabes mirarte, aceptarte, reconocerte ¡te haces más fuerte! una fortaleza que refleja gracia, sencillez y nobleza ¿te suena? voilà! Una persona elegante de los pies a la cabeza.

En no pocas ocasiones, nos sentimos como náufragos, perdidos en un mar de sin sentidos: cuando estamos en el trabajo, deseamos estar en casa; cuando estamos en familia, tenemos la cabeza en la oficina... de este modo, el pájaro de la coherencia, no trina. La mente y el corazón deben bailar al mismo son para crear la necesaria correspondencia entre esencia y apariencia que se trasluce en elegancia (esa actitud capaz de llenar cualquier estancia...). Por eso llevar aquél baby doll o esa corbata, no te hacen elegante: esos accesorios sólo fomentarán tu humano repertorio, de ahí el refrán: «Aunque la mona se vista de seda, mona se queda», porque puedes comprarte un traje, pero no el coraje; puedes adquirir unos pantalones, pero no la armonía entre tus emociones; puedes comprar un cinturón, pero no personal satisfacción... Somos quienes somos, por eso disfrazarse carece de utilidad; no merece la pena perder identidad, lo más productivo es seguir la línea de la fidelidad a la propia esencia, así otorgaremos calidad a nuestra existencia y marcaremos una humana diferencia.

Eterna

«La elegancia es la única belleza que nunca se desvanece», decía Audrey Hepburn, quizás sea porque la elegancia no está ligada a la implacable ley del tiempo (como sucede con la belleza física) sino que la elegancia consigue la condición de atemporal porque se trata más de la belleza del alma, de tener un corazón bonito: quien sepa esto, ya habrá conseguido el secreto de la eterna juventud (pues ésta reside en la actitud). Conozco abuelas elegantes y adolescentes que dan el cante; no, no es cuestión de edad sino de saber ser y de saber estar.

A las personas elegantes se las tiene presentes aún cuando no están delante, porque se hacen recordar. La elegancia también es educación, exquisitez, clase... la elegancia hace que no pasen de moda todos aquellos valores que son la base de nuestra humana convivencia; una persona elegante es la que presta atención a los detalles sencillos, no son grandes cosas, pero son los responsables de ese brillo en los ojos que denota alegría y consigue que se disipe cualquier enojo; una persona elegante es la que te da la enhorabuena en público y te reprende en privado; una persona elegante es la que te llama para felicitarte cuando es el día de tu cumpleaños o tu santo; una persona elegante es la que te ofrece el pañuelo para enjugar el llanto; una persona elegante es la que te escucha con atención; una persona elegante es la que cede el paso cuando vas a cruzar la calle; una persona elegante es la que te brinda, con una sonrisa, ese alegre «¡buenos días!» aunque sea temprano; una persona elegante es la que, viendo que vas a caerte, te brinda su mano...

Si tienes actitud y un mundo interior sano, tú eres una persona elegante ¡bienvenida a la eternidad!