Setenta años de Sabina

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13 feb 2019 / 08:41 h - Actualizado: 13 feb 2019 / 08:43 h.
  • Setenta años de Sabina

Sabina cumple nada menos que setenta años, de los que todos somos de alguna manera hijos en forma de sentimientos y emociones.

Y es que, al igual que las fotografías de nuestra existencia, cada canción nos retrotrae a un momento que solo nos pertenece a nosotros, por más que esos acordes o esas imágenes vayan careciendo de sentido alguno al coexistir con nuestra realidad.

La poesía es un arma cargada de futuro, como decía Celaya; y la música también. Las letras de Dylan han merecido un Premio Nobel como incontables las recompensas que Sabina ha cazado al vuelo de la heterodoxia.

El ha escrito del amor que no es más que el reverso; como de los fracasos, que son veneno que aparentan licor suave.

Me coloco los auriculares y me sumerjo en el paisaje que transcurre entre Bajo de Guía y Bonanza, en Sanlucar de Barrameda, donde solo refulge el Castillo de la Pantista.

Esta edificación está prácticamente derruida, más por la desidia del hombre que por la acción del mar. En ella, una ex presidiaria vivió y murió en soledad, solo interrumpida por las relaciones tempestuosas con marineros, a cambio de supervivencia.

Ese sendero no tiene atractivo alguno. Sus escasas olas solo son interrumpidas por el transcurrir de barcos que horadan la quietud del agua, cuando bostezan hacia su puerto o Astillero.

Como símbolo de la confusión de la tierra con el oceáno, dos vigas metálicas asoman tímidamente y se introducen hasta el fondo que atisba en su desesperación el ojo humano, y, como de algunos recuerdos, no puede desaferrarse la arena.

Es un territorio agreste, asolado por el viento y suspendido en la memoria. No verán Vdes. a nadie pasear por allí, con la sola excepción de algun mínimo ser entre ninguna parte y el olvido.

Y es aquí donde, de repente, se me aparece su voz rota, como una revelación; como sus coitus interruptus en forma de desvanecimiento.

Evoco sus lágrimas de color azul; las infidelidades pretéritas que siempre adivinas póstumas, e incluso el recuerdo de esa Cruz, en las inmediaciones del Palacio de Oriente, en esa Madrid, de la que es Sabina es hijo ilegítimo. Hubo una vez que incluso dormí en su casa de Ubeda, que no olviden que el arte nace permanente del nardo del árabe andaluz.

Y es que Sabina es todo y nada; pero sobre todo calle Melancolía. Setenta años asomándose de vez en cuando a los aires difíciles de Altolaguirre. Yo, por si acaso, me quedo con su percepción del amor como vinculado al daño. De eso está hecha la vida. Y es que jugar a todo, rara vez te conduce al faro, y sí a las rocas.

Y es que de todas sus canciones, ¿cuál es la tuya?