Sobre Eastwood. La Mula.

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27 mar 2019 / 08:12 h - Actualizado: 27 mar 2019 / 08:15 h.
  • Clint Eastwood. / EFE
    Clint Eastwood. / EFE

Salgo del Restaurante lleno que anticipa la desembocadura del Guadalquivir en el Atlantico.

Los niños permanecen asidos a las pantallas luminosas mientras un cartel avisa e intima a que no molesten corriendo alrededor de las mesas repletas.

Llego solo al cine donde, en cambio, apenas aparecen una decena de personas.

Se trata de la sesión de tarde, en una Sala adormecida e indemne a la reducción del IVA cultural.

Eastwood tiene 89 años y no los disimula en la pantalla.

Dibuja una ancianidad orgullosa y desafiante en su nueva creación “The Mule”.

En un universo en el que no existe la infancia ni la vejez, él ha sido capaz de recrearlas con la dignidad que merecen.

The Mule es el retrato de la América de Trump; la que le ha votado, ahora sí sin extrañas conspiraciones rusas. Es la imagen viva de un mundo que se nos está desintegrando paso a paso y no hablo del cambio climático para no ahogar la lectura paciente de este artículo. Para los europeos la presidencia de Trump es inexplicable y es natural que así lo sea, pues quienes votan no son ellos, sino el americano medio que emana fundamentalmente del mundo rural desierto.

Sus votos no son casuales; como no lo son los de Vox u otras extrañas formaciones de eso que se llama partitocracia. El populismo no es más que la raigambre en la tierra a la que pertenecemos. Se trata de quienes aspiran a que la realidad que han vivido no sea suplantada por un mensaje de Twitter, una imagen de plasma o una Impresora de nueva generación.

Clint Eastwood dibuja una América sin granjas minoritarias de crisantemos o lirios; donde la distribución de las flores levita al pulso de una tecla de ordenador. Y así, como con la comida a domicilio o cualquier producto de Plataforma, llamada Amazon o similar.

La gran asignatura pendiente de esta sociedad son esas dos franjas de edad. La de esos niños que no pueden correr alrededor de las mesas; y la de esos viejos que han de disimular sus arrugas, so pena de no aparecer más que como figurantes en el cine residual de autor. Ya hasta en Sillicon Valley los padres han impuesto la ausencia de ordenadores en ese mundo infantil que los suplanta con terminales móviles. ¿Hay algun padre que siga leyendo cuentos o poemas a sus hijos?

Es un tiempo que se nos va; esa sociedad que conocimos alguna vez y que ha sido suplantada por el Euro y sus decimales. No quedarán oficinas bancarias, que aun sigo a la espera de que alguien desde el poder censure la reducción drástica y terminal del personal de las Oficinas abocadas al cierre. Ya hasta los ingresos se hacen en el Cajero y el coste social de los despidos masivos, será apagado con los proyectos solidarios mínimos de esas Fundaciones bancarias al abrigo del poder, concediéndole sus migajas contra beneficios fiscales en sus lustrosas cuentas de resultados.

Pronto no serán necesarios ni jueces, ni abogados; ni protésicos o ajedrecistas. Ya hasta la Liga se confunde con un hiperpatrocinado campeonato virtual, en el que solo hay goles perfectos.

Salgo lentamente del cine; nadie se ha levantado en los subtítulos finales. Resuena la melodía del jazz de Texas.

Me encamino hacia el pasillo de salida, donde un anciano se empeña en caminar orgulloso hacia un lugar entre ninguna parte y el olvido. Eastwood resiste.