Tormentas en la boca

Image
10 jun 2016 / 19:40 h - Actualizado: 10 jun 2016 / 19:45 h.
"Danza","La vida del revés"

El ser humano podría renunciar a la rueda, a dios, a la familia, a cualquier cosa. Solo hay una excepción: nunca podría renunciar a sí mismo. Y eso significa no poder evitar saber lo que es, ni dejar de experimentar cómo es y la forma en que es capaz de contárselo a sí mismo. Al fin y al cabo, es por ello por lo que no deja de crear obras de arte. La danza es el máximo exponente de la expresión humana y, por tanto, la forma más arcaica y pura de su expresión, de su arte.

El ser humano expresa a través del cuerpo. Sin abrir la boca es capaz de decir, de hacerse comprender, de expresar sus emociones más intensas y más íntimas. Antes de hablar, de construir un sistema tan complejo como el lenguaje, el hombre se comunicó gesticulando, saltando. Bailando alrededor de una hoguera para dar gracias al sol por regresar cada mañana o expresando la alegría provocada por una buena caza.

La danza fue expresión absoluta, pura, única. Y la danza sigue siendo eso mismo, sigue estando al margen de interferencias; sigue arrastrando, así, al hombre hasta sus orígenes más primitivos. Si acudimos a una boda, terminamos bailando por la alegría; si celebramos el final de un año más, terminamos bailando; si celebramos cualquier cosa que nos produce alegría lo hacemos, si invocamos, si queremos estar presentes en el grupo. Sin embargo, la danza como manifestación artística parece estar alejada de la masa social. Una pena. Y, sin embargo, hoy se puede disfrutar en los teatros de espectáculos exquisitos. Uno de ellos es Vecinos, fusión de danza contemporánea, flamenco y, si me apuran, pinceladas de clásica. Es una idea original de Carlos Chamorro y Mariana Collado. Estos dos bailaores, han creado una coreografía estupenda, cercana, entrañable, divertida; a veces, casi cómica.

Han estrenado su espectáculo dentro de la programación del Festival Flamenco Madrid 2016 logrando conmover al público. ¿Por qué? Vecinos habla de amor y desamor; de soledad y buena compañía; de alegría y amargura. Se invita a reflexionar sobre lo que se ve sobre el escenario. Y es que, a pesar de esos vehículos narrativos contrapuestos, el espectáculo indaga en el territorio de las miradas personales, en eso que nos pasa cada día a cualquiera de nosotros y nos permite entender el cosmos.

Carlos Chamorro y Mariana Collado se plantan sobre el escenario con la misma naturalidad que lo haría alguien que se mueve en su casa (permitan este juego de palabras tan elemental). Bailan con gusto, con una intensidad imponente. Ella, guapísima, nos arrastra a esa zona en la que la vida está construida y representa más vida para otros. Él aparece en el escenario con cajas llenas de esperanzas en forma de globos dorados que terminan siendo uno solo. Y el espectador tan solo debe dejarse llevar, intentar comprender una historia sin pretensiones desmesuradas. Esto es una historia de amor. Y ya. Si quieren es eso que hemos vivido o estamos por experimentar, pero que nos resulta familiar y acogedor.

La estética de Mariana Collado va de una primera escena totalmente almodovariana al atrevimiento absoluto. Su vestuario es muy, muy, bonito. Tanto como arriesgado.

En realidad, toda la propuesta lo es. Si tuviera que definir a Mariana Collado con una sola palabra, elegiría, para hacerlo ajedrez. Porque es inteligencia, anticipación, reflexión, lucha y, sobre todo, belleza. Mariana Collado es la dama blanca sobre el tablero, sobre el tablao. La estética de Carlos Chamorro es más convencional. ¡Ay, esos miedos a romper moldes! Él es una acuarela, una imagen que sin decir una sola palabra; tan en silencio como un cuadro que traslada el mundo de un lugar a otro; nos cuenta qué es lo que nos pasa. Qué buenos bailaores los dos.

No faltará quien señale Vecinos rasgándose las vestiduras y gritando que eso no es flamenco, que el matrimonio entre distintos tipos de danza viola la esencia del flamenco. Es esta una postura vieja, estéril. Y no lleva a ningún lugar que permita al flamenco prosperar y transitar territorios en los que se haga más grande de lo que es. Y ya les digo yo que Vecinos es flamenco. Claro que lo es.

¿Cabe, por ejemplo, la pieza de Yann Tiersen On The Wire en un espectáculo flamenco? Desde luego. Y por si era poco, Mariana Collado y Carlos Chamorro bailan mientras que la voz de Eduardo Galeano dicta un texto maravilloso: Lluvia. Desgrana palabra a palabra y ellos lo hacen paso a paso. Crean si les digo que es uno de los textos mejor elegidos para un espectáculo que recuerdo. Tanto es así que lo transcribo para que lo disfruten ustedes:

«Hoy llueve mucho. Y pareciera que están lavando el mundo. Mi vecino de al lado mira la lluvia, y piensa escribir una carta de amor, una carta a la mujer que vive con él, y le cocina, y le lava la ropa, y hace el amor con él, y se parece a su sombra. Mi vecino nunca le dice palabras de amor a la mujer. Entra a la casa por la ventana y no por la puerta. Por una puerta se entra en muchos sitios: al trabajo, al cuartel, a la cárcel, a todos los edificios del mundo. Pero no al mundo, ni a una mujer, ni al alma; es decir, a ese cajón o nave o lluvia que llamamos así, como hoy que llueve mucho y me cuesta escribir la palabra amor. Porque el amor es una cosa y la palabra amor es otra cosa. Y solo el alma sabe dónde los dos se encuentran. Y cuándo. Y cómo. Pero el alma que puede explicar. Por eso, mi vecino tiene tormentas en la boca, palabras que naufragan, palabras que no saben que hay sol porque nacen y mueren la misma noche en que amó. Y dejan cartas en el pensamiento que él nunca escribirá, como el silencio que hay entre dos rosas. O como yo, que escribo palabras para volver a mi vecino que mira la lluvia, a la lluvia, a mi corazón desterrado».

Galeano y Gelman creyeron que esas palabras pensadas y no expresadas son tormentas en la boca. Y en Vecinos se dicen bailando. Para que dejen de serlo.

Un audiovisual de Manolo GV se proyecta sobre el fondo del escenario. Aunque está bien construido, seguro que evolucionará hacia zonas menos explícitas. La iluminación está bien diseñada. Los músicos y cantaores están muy bien... Todo bien. Con un par de detalles a corregir (un final algo apresurado y un par de cositas en el momento en el que los personajes beben con alegría) será suficiente para que se hable de este espectáculo y mucho.

Abran paso, señores. Ha llegado el buen flamenco en forma de propuesta reflexiva. Y atrevida. ¡Casi nada!