Un fósforo de Híspalis

Herrera ofrece una radio natural, de mano baja y pase profundo. Es un programa que se hace a pies juntos, con la muletita plegá, que se cuela en tu corazón

28 may 2017 / 08:00 h - Actualizado: 27 may 2017 / 23:09 h.
  • Un fósforo de Híspalis

La decepción del sonido de alarma de móvil asesinando sin piedad el bienestar de las seis de la mañana es menor cuando te sacude Herrera en la amanecida camastrona para recordarte que ayer hubo alegría en Las Ventas, que la fiesta sigue viva y que su voz de verso –porque Carlos tiene voz de verso– está preparada para acariciar los primeros compases de un reloj que te llevas a la muñeca entre bostezos y esperanzas nuevas. Es temprano y sigues amando a la radio. Te has acostado otra vez con ella. Y estaba a tu lado cuando el sol ha empezado a ponerte de pie en tu mundo ordinario.

Tu programa lleva lanzado un rato y sabes que un día más le has sido infiel. Ya no puedes estirar más una jornada y tu conciencia te riñe porque sigues robándole horas al sueño para acariciarla a ella, a tu radio. Sabes que tendrás Herrera en vena hasta mediodía, cerca siempre de tu quehacer, de tu sonrisa, de tu lágrima, pegado a tu ritmo vital. Herrera en Cope es parte de tu vida porque el locutor de ustedes es el locutor tuyo, ande por donde ande.

Hoy también anhelas ese guiño en el programa hacia Sevilla, que es la Sevilla de Carlos. Yo sé que adora a esta tierra. Fíjate si Carlos Herrera es sevillano que para hacer la radio se puso cerca un Naranjo.

Fluyen los bloques y las secciones en esa forma pepeluisista que tiene Herrera de entregar la radio. Sí, Herrera hace una radio natural, espontánea, de mano baja y pase profundo. Nada de retorcimientos y piernas abiertas. Herrera en Cope es un programa que se hace a pies juntos, con la muletita plegá. Y cabe la improvisación y la genialidad, la chispa y ese destello de emoción que aquí llamamos pellizco. Es por eso que los silencios de Herrera suenan a Maestranza. Tiene el programa un exhaustivo sentido de los tiempos y las distancias, de los terrenos y de los momentos en los que se descuelgan los hombros y nace la magia. Herrera, el segundo apellido por cierto de Curro Cúchares, coge cada mañana al toro por los cuernos y zarandea tus dudas para ponerte al día. Lo hace con las zapatillas enterradas en la arena, mojándose si hay que mojarse, templando si hay que llevar al toro hasta la cadera de la realidad que te abraza.

Aquí un fósforo de Híspalis, de la ciudad más hermosa del mundo, que madruga y ama la radio. Que gusta de ser seguidor de las verónicas al aire de un locutor que cada mañana se cuela en su corazón con esa voz de mesa camilla que te da calor y no te quema. Herrera tiene voz de amigo. Voz de verso, voz de la radio que amo, la que me acurruca y me acompaña sin pedir nunca nada a cambio. Radio de trincherilla más que de trinchera, de Verónica más que de Judas; de dar el pecho y no la lata. Radio de verdad, de sangre y arena. Yo me entiendo.