¿Un nuevo orden jondo?

Hace años ya que escribí sobre las intenciones de determinados artistas, representantes, productores, críticos y promotores culturales de enterrar el flamenco tradicional o dejarlo para tablaos y peñas

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Manuel Bohórquez @BohorquezCas
02 mar 2018 / 21:24 h - Actualizado: 03 mar 2018 / 11:14 h.
"Desvariando"

Hay una serie de artistas flamencos en la actualidad que parece que se han puesto de acuerdo para que la provocación sea vista como un arte o una parte del arte flamenco, como se ve el nuevo arte en ARCO, en el teatro o la poesía de vanguardias. Son Israel Galván, El Niño de Elche y Rocío Molina, bailaor, cantaor y bailaora, respectivamente, aunque hay muchos más. Hace años ya que escribí sobre las intenciones de determinados artistas, representantes, productores, críticos y promotores culturales de enterrar el flamenco tradicional o dejarlo para tablaos y peñas e imponer otro flamenco distinto, contemporáneo, donde tanta mediocridad se encierra. Cuánta vulgaridad habita en ese movimiento de falsa vanguardia y cuánto daño hacen al arte flamenco.

Si Israel Galván obliga a los gitanos a hacer compás en un ataúd sobre un escenario, El Niño de Elche se pone a defecar en una obra del citado bailarín sevillano mientras hace como el que canta por soleá, La Fiesta, con los pantalones por las rodillas, Rocío Molina va y se desnuda en el Festival de Jerez en el Día de Andalucía y en un teatro histórico, el Villamarta. Y esto no es nada para lo que se avecina, porque los que quieren imponer un nuevo orden jondo en el mundo están rabiosos y no soportan ya que los críticos o flamencólogos sigamos hablando de las seguiriyas de El Loco Mateo, las soleares de La Andonda o las tarantas de El Tonto de Linares. Y total, para vender obras en la mayoría de los casos infumables, excesivamente caras –recordemos que difícilmente podrían ponerlas en teatros sin ayudas públicas–, a veces sin recorrido alguno y que, además, no dejan huella, como dejaron las obras de Antonio Gades o Mario Maya.

Rocío Molina se desnudó por completo en su espectáculo Como caída del cielo, presentado el pasado 28 de febrero. No es que esto suponga el fin del baile flamenco ni nada de eso, porque al fin y al cabo es un desnudo y no nos vamos a asombrar de algo ya tan cotidiano. Pero, ¿después de esto, qué vendrá? Cualquier cosa, porque ya les digo que esto ocurre debido a que hay algunas mentes frescas que quieren revolucionar en el baile flamenco como sea, algo que ya hizo una bailaora malagueña, La Cuenca, en el siglo XIX vistiéndose de hombre para bailar en los escenarios. Y antes que ella lo hizo una célebre bolera, con lo conservador que era ese mundo de la danza de chinelas, mucho más que el mundo del flamenco. O sea, que encima no inventan nada que pueda considerarse genial.

¿Son genios Israel Galván, Rocío Molina y El Niño de Elche, por hacer esas cosas, por provocar de esta manera? Rocío e Israel son dos fenómenos, dos artistas portentosos, que tienen una enorme personalidad y lo han demostrado ya con creces. Es obvio que no van a estar toda la vida haciendo un baile tradicional, porque acabarían aburridos y aburriéndonos a todos. Son dos creadores y el creador quiere crear, entre otras razones porque necesita realizarse como artista. Pero, ¿para crear algo nuevo y abrir otros caminos de expresión es necesario destrozar lo anterior o faltarle el respeto a la tradición y a quienes crearon esta maravilla?

Todas estas barbaridades que se están haciendo son a veces justificadas por quienes piensan que lo importante es que el flamenco esté vivo y que se llenen de jóvenes los teatros. Y esto es lo peligroso, que para atraer a los jóvenes y llenar los teatros se tengan que desnudar las bailaoras y los bailaores, defecar en un escenario o vestirse como un espantapájaros. Algún límite tendría que haber, ¿no? Límite es la palabra prohibida ahora mismo en el flamenco, porque hay quienes dicen que ya ha habido bastantes límites en este arte en nombre de una tradición que, por cierto, algunos también opinan que es un cuento, que no existe. Y no es verdad, los artistas flamencos han creado siempre, desde que hay noticias públicas de este arte, y ya el hecho de que el flamenco se subiera a los escenarios en el XIX fue motivo de controversias entre los puristas y los liberales. Recordemos cuando Demófilo aseguraba que los cafés cantantes acabarían matando el cante gitano, y más de un siglo después todavía existe y es admirado en todo el mundo.

«Es el flamenco que viene», dicen también. Seguramente. Si el flamenco que viene es el de Rocío Molina desnudándose en un escenario y El Niño de Elche evacuando por soleá, apaga y vámonos. Es tan grande el cante tradicional, que un cantaor sale al escenario del mejor teatro del mundo, canta un martinete envuelto en un cenital de luz, sin música, sin nada, y se paran los relojes. Pues eso ya no vale, porque es de otros tiempos, una antigualla trianera o portuense. Los que saben hacer eso de verdad, sin ojana, por derecho, se están quitando el hambre a bofetadas mientras están viendo que el dinero público se va para obras presuntamente flamencas en las que se insulta a este arte de una manera miserable.

Estos días, el debate flamenco ha estado centrado en la dichosa fotografía de Rocío Molina desnuda en el Villamarta, como días atrás estuvo en la de El Niño de Elche sentado en un váter con los muslos al aire. También han aparecido dos o tres libros estupendos y buenos discos, pero eso ya no interesa. Bien, ¿qué se podría hacer? No mucho, porque el arte sigue su curso y evoluciona, siempre ha sido así. He defendido muchas veces que en el flamenco pueden convivir perfectamente todas las escuelas y tendencias, como viene ocurriendo desde hace siglo y medio, desde que Silverio y El Nitri no se hablaban porque el primero les pagaba a los gitanos y a los gachés para hacer caja en su café cantante de la calle Rosario, y el segundo al Duque de San Lorenzo en su cortijo.

Sí hay algo que podemos hacer mientras vemos cómo pasa el entierro del cante jondo. Apoyar a los cantaores que llevan dentro el arte y aún no se han vendido del todo al flamenco de consumo. A las bailaoras y los bailaores que siguen creyendo en la bata de cola y el pellizco. Y a los guitarristas que aún se emocionan hablando de Montoya, Diego del Gastor y Ricardo. ~