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Vamos a aclararnos

19 oct 2017 / 19:06 h - Actualizado: 19 oct 2017 / 19:06 h.

Hace años que los sufríamos, pero hasta hace poco no se le había puesto nombre. Se trata del Veroño, esa época del año en la que el verano se resiste a irse y el otoño se resiste a entrar. Época de contrastes que volverían loco a Christian Dior, Versace o Paco Rabanne. Es esa época del año en la que te cruzas a un señor con camiseta y chanclas, como si viniera de la playa, y a continuación ves a otro con un chaquetón pluma, con forro polar, y botas de agua, como si acabara de dejar al husky siberiano amarrado en el trineo invernal.

Es época de no saber que ponerse, de no saber si combinar un pantalón de bermudas con la parte de arriba del uniforme del comandante Cousteau, por si cae agua.

Y cuando sales de tu casa perfectamente ataviado porque esa mañana hacía fresco y han caído cuatro gotas, sale un sol de justicia y a ti se te queda cara de carajote, con el jersey gordo de cuello alto, de esos que parece como si estuvieras sacando la cabeza por un bajante.

A mí desde luego el Veroño no me da coba. Tengo establecido un calendario en el que mantengo las chanclas hasta que llueve tres días consecutivos. Y para volvérselas a poner, viceversa.

Hay gente a la que no les gustan la chanclas, pero yo mantengo la teoría de que usar chanclas es sinónimo de ser buena gente. Las llevaban Jesucristo, los Apóstoles y Ghandi, entre otros. Las botas las solían usar personajes más funestos. Así que por los pies lo tengo claro pero por arriba, a ver si nos aclaramos de una puñetera vez.