No al individualismo, sí a la solidaridad

15 oct 2016 / 22:17 h - Actualizado: 15 oct 2016 / 22:21 h.
"Solidaridad"

Es el sentido solidario, personal y colectivo, lo que soporta buena parte de la condición humana. Esto no es nada nuevo aunque es algo a lo que no se quiere atender o se llega a despreciar de forma habitual, en algunos ámbitos de la sociedad.

Los derechos de la persona, lo que entendemos como bien común, la dignidad que todo ser humano necesita para ocupar un lugar en este mundo sin sufrir desigualdades sociales o para poder convivir en condiciones de desigualdad física (esto es, lejos de la pobreza, de la violencia, del hambre o de cualquier impedimento causado por una discapacidad física); esto, se construye desde el carácter solidario que, por otra parte, ha demostrado atesorar tantas veces la ciudadanía sevillana.

El individualismo no puede ser la atalaya desde la que se miren situaciones injustas. Es imprescindible para construir un planeta mejor que todos seamos conscientes de lo que representamos en este mundo, que sepamos que a la meta tienen que llegar todos o nunca se alcanzará. El mundo es de todos y sus riquezas deben estar al alcance de todos.

Por tanto, los que vivimos más acomodados debemos tender a conseguir que los sistemas sanitarios, educativos, judiciales o de cualquier otro carácter social, sean accesibles al conjunto de la sociedad, que nos conviertan en seres humanos de mayor y mejor categoría. Y, sobre todo, en iguales sin excepción.

Son demasiadas las personas que, aun hoy, viven en chabolas, mendigan una limosna o algo que llevarse a la boca. Son demasiadas las personas que, creyendo no tener esperanza alguna, abandonan lo poco que les queda para sobrevivir en la calle. Son demasiados los que no tienen techo, los que no acuden al colegio siendo niños, los que enferman por la falta de salubridad en el trocito de mundo que ocupan. Somos demasiados los que miramos esas escenas con, bien indiferencia, bien con la sensación de impotencia por no saber qué hacer para echar un cable a los más desprotegidos. Somos muchos los que desconfiamos de la gestión de las organizaciones privadas, eclesiásticas y estatales, un contagio que llega de zonas de la realidad en las que sí se producen irregularidades gravísimas y que hacen más difícil, si cabe, la labor de los que tan solo quieren ayudar de forma desinteresada.

Ha llegado el momento de que el sentido solidario de los sevillanos se imponga a los prejuicios y a los mitos creados alrededor de las ayudas a los más pobres, a los hambrientos y los excluidos de la sociedad. Ha llegado el momento de colaborar sin reservar para que las personas sean más iguales y, así, más felices.

Ahora que llega el otoño con sus fríos a cuestas, deberíamos evitar que en las calles de nuestra ciudad durmiesen las personas sobre un cartón y arropados con un andrajo, deberíamos procurar que utilizasen los albergues en los que pueden comer y asearse, deberíamos empezar a exigir un servicio de ayuda psicológica para los que tienen entre las manos una vida terrible con el fin de que puedan progresar, integrarse, subir al carro de la normalidad. Creemos que las ayudas son materiales cuando, tal vez, solo la suma de unas cosas y otras, son la solución.

Ahora, que la crisis parece haber cedido ante el esfuerzo y el sacrificio de muchos, deberíamos impedir que un solo niño no acuda a la escuela y facilitar que tenga un entorno adecuado para conseguir recibir una educación que le permita tener las mismas posibilidades que el resto de niños sevillanos.

Ahora que el ser humano es capaz de viajar al espacio, de conseguir logros imposibles hace cincuenta años, ¿cómo es posible que no sea posible evitar la muerte de miles de niños al año por hambre?

Tenemos más al alcance de la mano que nunca y no dedicamos ninguno de nuestros grandes logros a solucionar un problema que debería generar vergüenza a todos.

Difícilmente los Estados o las Ong’s podrán acabar con el problema de la desigualdad sin que colaboremos todos con lo que sea posible y esté dentro de nuestras posibilidades, sin que exijamos una gestión eficaz de los fondos destinados por unos y recaudados por otros.

Seamos solidarios de forma activa. Porque desde un sillón no se puede. Y porque eso nos hará mejores a todos.