Un ‘happy meal’ en la Feria de la Expo

Operarios de todo tipo, cargadores de cajas de gambas, afiladores de cuchillos y hasta Ronald McDonald deambulaban por el Real doce horas antes del Alumbrao

29 abr 2017 / 23:30 h - Actualizado: 29 abr 2017 / 23:30 h.
"Feria de Abril 2017"
  • Ronald McDonald planta cara al pescaíto el sábado de Feria. / Jesús Barrera
    Ronald McDonald planta cara al pescaíto el sábado de Feria. / Jesús Barrera
  • El afilador, uno de los primeros en llegar. / J. B.
    El afilador, uno de los primeros en llegar. / J. B.
  • Los niños ya han estrenado las atracciones. / J. B.
    Los niños ya han estrenado las atracciones. / J. B.
  • Empleados de Lipassam limpiando el fango. / J. B.
    Empleados de Lipassam limpiando el fango. / J. B.

Mientras pasaba ayer a mediodía bajo la portada de la Feria, me dio por recordar a aquel amigo mío que fue, muy probablemente, el único niño sevillano que no pisó la Expo’92, y todo porque su padre se empeñó en convencerlo de que el magno evento era una fantasía, una leyenda urbana. «Pero papá, mis amigos se han retratado a la entrada de los pabellones», le decía. «No son más que montajes fotográficos», replicaba el padre. «Pero tienen camisetas y chapas y Curros de peluche», insistía mi amigo, y el padre respondía que una camiseta no era prueba nada. Así pasaron los seis meses de Expo, uno reuniendo evidencias y el otro refutándolas, pero sin llegar a poner jamás un pie en la Isla de la Cartuja.

Ahora, veinticinco años después, el muñeco del pico y la cresta multicolor corona la portada de la Feria y todo el mundo quiere retratarse con él, menos mi amigo, que vive a salvo de cualquier vínculo emocional con la mascota en cuestión. Y hasta lo imagino diciéndole a sus hijos que la Calle del Infierno no existe, por ahorrarse la taquilla del Barco Vikingo, el Gusano Loco, el Kanguro o la Mansión del Terror.

Lo cierto es que ayer, doce horas antes del Alumbrao, la Feria también era todavía algo que no existe, una ensoñación, un prodigio en estado embrionario, un mundo al revés también, en el que, en lugar de mirar el Real hacia las casetas, como se hace siempre entre la curiosidad y la envidia y la indiscreción, son las casetas los ojos vacíos que miran al real, un Real en construcción, un real in progress.

Los operarios de Lipassam rastrillaban las aceras enfangadas alrededor de un puesto de chucherías que amenzaba hundirse en el barro como si fuera la casa Usher, mientras de un lado para otro iban y venían coches, camiones y furgonetas trasegando mercancías y servicios. Y es curioso, pero conviene señalar que, de un tiempo a esta parte, casi ningún currante quiere ser retratado para el periódico (¡con lo que gustaba antes aparecer en un huecograbado!), ni siquiera brindar muchas declaraciones. Por eso, al enviado especial a esa Feria inminente no le queda otro remedio que interrogar un año más a los vehículos, aunque sea para hacerse una idea de la cantidad de gente que come de esta gran fiesta anual.

Hielos Híspalis. Iluminaciones Lobato. Frigoríficos Pedrera. Toldos y carpas Quitasol. Catering El Emigrante. Iluminaciones Ximénez. Sara’s audiovisuales. Y cómo no, el camión del butano, que es el único que no necesita rótulo para que se le reconozca.

Tampoco lo necesita el afilaor de cuchillos que recorre esta no-feria, esta feria germinal, empujando su vieja Puch, ayudado por la grabación del típico chiflo que sale por un altavoz instalado al efecto. «Sácame entero, no solo los cuchillos», le pide, él sí, al fotógrafo de El Correo, mientras saca chispas a un jamonero.

Seguimos interrogando a las furgonas: Sillas y mesas El Alemán. Aceitunas de Arahal. Frutas Domínguez. Y La Feria, fábrica de farolillos, que este año viene con demora porque con lo que llovió el día antes, nadie se atreve a poner aún estos adornos tan coloridos y tan sevillanos.

Poco más, si exceptuamos a la clásica turista adelantada al calendario que viene y va con aire despistado, tal vez diciéndose que la Feria de Sevilla no es tan divertida como la pintan, tal vez buscando la famosa caseta para guiris. A punto estamos de abandonar el recinto cuando vemos a una joven y simpática pareja. «Buenos días, chicos, ¿de Feria?». «No, no», responden. «Repartimos publicidad del McDonald’s de República Argentina. Allí les esperamos».

No hemos acabado de salir de nuestra sorpresa cuando vemos cruzar por la calle Juan Belmonte, como si fuera una aparición fantasmagórica, al mismísimo Ronald McDonald; no en faenas de promoción, no, sino conversando a paso lento con una señora, como un visitante más. «Suerte que tengo aquí a mi fotógrafo, de lo contrario nadie me creería», pienso. Y luego recuerdo que, como diría el padre de mi amigo, una foto no prueba nada.