Y de repente... una sonrisa de oreja a oreja

Las inminentes vacaciones son una ilusión constante en el pensamiento de todos los trabajadores que desde hace semanas son conscientes de que el gran día para despedirse de la oficina tiene fecha concreta en el calendario

30 jun 2017 / 10:17 h - Actualizado: 30 jun 2017 / 10:17 h.
"'Destino Sevilla'"
  • Y de repente... una sonrisa de oreja a oreja

A las puertas del mes de julio la ilusión de toda persona es imaginarse a sí misma ya a pie de playa, en la orilla, con los pies descalzos sintiendo el agua del mar. Qué sensación más estupenda de libertad esta, el simple gesto de mover tus deditos de los pies entre la arena y sentir que te has quitado de encima un peso tremendo, que estás a años luz de aquella oficina que te ha atrapado durante meses interminables, de los ruidos, del estrés, del despertador.

Y de repente, sin darte cuenta, sueltas un suspiro profundo de estos que no puedes evitar y que te salen del alma y que llaman la atención de las personas que están a tu alrededor. Pero a ti te da completamente igual, es tu momento, es ese instante con el que has soñado en las últimas semanas cuando eras ya consciente de que el gran día tenía fecha concreta y ya estaba muy cerca en el calendario.

Tumbadito en horizontal, notas los rayos de sol en esa piel que te pedía a gritos estar liberada de tejidos y ropas y a la que se le ponen los vellitos de punta al sentir esa vitamina D entrando por sus poros. Y de repente piensas en que vales muchísimo, y en que la vida te sonríe, y en que en este momento no te cambiarías por nadie en el mundo mundial.

Tu mundo es maravilloso, un mundo que se reduce a dos metros cuadrados acotados por tu toalla, tu nevera de corcho y tu sombrilla, porque los pies de los vecinos que a su vez están en su mundo maravilloso tienen como límite de expresión y movimientos tu marcado perímetro. Y de repente, piensas que a ti te importan tres pepinos el resto de playeros con sus niños, la sandía y el equipo de música, porque tú estás en tu oasis particular y todo es perfecto.

Y cuando crees que la felicidad es máxima y no puede ser más, abres tus ojos con algo de trabajo, miras el reloj y ves que marca las doce en punto. La veda se ha abierto, es la hora. Miras entre las miles de cabezas de tu alrededor y al fondo puedes entrever que sigue en pie y sin remodelación alguna desde hace años aquella maravilla, el chiringuito.

Y de repente, cuando estás en el punto culmen de sensaciones espléndidas te parece escuchar a alguien repitiendo tu nombre una y otra vez, no lo escuchas con claridad y a la vez no te la gana de prestarle atención porque seguro que es alguien que viene a estropear tu momentazo.

Y así es, ¡zasca! Tu compañera de oficina repite por última vez tu nombre mientras te da toquecitos en el hombro y te dice que te pongas las pilas con el último informe y que te dejes de pensar en tonterías.

Me recompongo, no al instante eso sí, volver a la realidad cuesta varios minutos y que llamen «tonterías» a tu magnífico sueño con los ojos como platos, en que todo parecía tan real, duele y tela.

Pero siento la alarma silenciosa de mi móvil que me avisa de que son las ocho de la tarde y que mi jornada laboral termina, pero no hasta el día siguiente, no, hasta dentro de 30 días.

Y de repente me sale una sonrisa de oreja a oreja que no puedo evitar. Tonterías sí sí, ahí os quedáis.