La huella de ETA en Sevilla

Dolor y memoria. De las 853 víctimas de la banda terrorista, 14 fueron en Andalucía y siete en la capital hispalense, donde el primer atentado se produjo en junio de 1991

Manuel Pérez manpercor2 /
04 may 2018 / 21:50 h - Actualizado: 05 may 2018 / 08:42 h.
"Terrorismo","ETA","Víctimas del terrorismo","El fin de ETA"
  • Muchos sevillanos despidieron con las manos pintadas de blanco al coronel médico militar Antonio Muñoz Cariñanos, asesinado por ETA en el año 2000. / Sergio Caro
    Muchos sevillanos despidieron con las manos pintadas de blanco al coronel médico militar Antonio Muñoz Cariñanos, asesinado por ETA en el año 2000. / Sergio Caro
  • Capilla ardiente de Alberto y Ascen en el Ayuntamiento de Sevilla. / El Correo
    Capilla ardiente de Alberto y Ascen en el Ayuntamiento de Sevilla. / El Correo
  • Javier Romero Pastor, exdirector de la cárcel Sevilla I. / Manuel Gómez
    Javier Romero Pastor, exdirector de la cárcel Sevilla I. / Manuel Gómez

ETA dice adiós –por fin– y tras de sí deja una larga sombra de dolor y muerte. Ha tenido que pasar más de medio siglo y 853 personas han tenido que perder la vida para que la banda terrorista vasca se disuelva definitivamente. Una despedida que se adelantó por carta el pasado 2 de mayo, se confirmó en el comunicado del día siguiente y que se hizo efectiva este viernes en un acto simbólico en Cambo-les-Bains.

Casi sesenta años dan para mucho. La lucha etarra nació en los estertores de un régimen franquista que comenzaba a agonizar y creció al calor de un naciente sistema democrático que fue madurando con la sangre de las víctimas de una lucha que ilusionó a gran parte de la juventud vasca de la época, que se vio decepcionada cuando vio que aquello tomó unos derroteros que nada tenían que ver con los objetivos políticos que decían defender.

La violencia de ETA traspasó las fronteras de Euskadi en 1973 para asesinar al almirante Carrero Blanco. No sería hasta una década después, en octubre de 1983, cuando la banda terrorista cometiera su primer crimen en tierras andaluzas, donde perecieron 14 personas a manos de ETA. Fue en Cádiz, donde asesinaron a Alfredo Jorge Suar Muro, médico de la prisión de El Puerto de Santa María.

El primer ataque de ETA en Sevilla se produjo un 28 de junio de 1991. No obstante, Sevilla ya sabía qué era sufrir un atentado terrorista, pues, entre 1979 y 1984, la capital hispalense fue objetivo de los Grupos de Resistencia Antifascista Primero de Octubre (Grapo), cuyas acciones se cobraron la vida de cuatro personas. En total, ETA asesinó a siete personas en Sevilla.

El mes de junio llegaba a su fin y, bajo un abrasador sol veraniego, un empleado de la empresa de transportes Acha introdujo en la prisión de Sevilla I –conocida como La Ranilla– un paquete que contenía un explosivo. El fardo procedía de Valladolid y tenía un destinatario claro: Javier Romero Pastor, el director del centro penitenciario. Sobre las 11.20 horas estalló el artefacto que, en ese momento, estaba siendo revisado en el escáner de control de la sala de paquetería.

Cuatro personas murieron aquella mañana, las cuatro primeras víctimas de la barbarie y la sinrazón etarra en Sevilla. Se trataban del funcionario de prisiones Manuel Pérez Ortega, los presos Jesús Sánchez Lozano y Donato Calzado García y el familiar de uno de los presos, Raimundo Pérez Crespo, que se encontraba de visita. Por su parte, otras 60 personas resultaron heridas. Además, el atentado provocó un motín por parte de los presos, cuya actividad cesó en cuanto supieron que se trataba de un ataque etarra.

El de La Ranilla no solo fue el primer atentado de ETA en Sevilla, sino el de mayor fuerza y gravedad de todos los cometidos en Andalucía. No obstante, la banda terrorista traspasó la línea de la indignación ciudadana a principios de 1998. El asesinato del concejal del PP, Alberto Jiménez Becerril, y su esposa, la procuradora Ascensión García Ortiz, conmocionó a toda la sociedad sevillana, que aunó su voz contra el terrorismo de ETA.

Fue en la calle Don Remondo, junto al Palacio Arzobispal. La pareja se dirigía a su domicilio particular después de haber estado con unos amigos. Un tiro a bocajarro fue suficiente para cortar de raíz la vida de este matrimonio que dejó huérfanos a tres niños de entre tres y ocho años. Más de 45.000 sevillanos pasaron por la capilla ardiente, que se instaló en el salón Colón del Ayuntamiento. Parecía que ETA había arrebatado la vida a una ciudad entera, que vio su particular paz quebrantada por el terror y el dolor.

Durante el verano de aquel fatídico 1998, la presión de los partidos nacionalistas vascos provocó un alto el fuego de ETA. Una tregua que pudo ser el fin de la banda terrorista y que en realidad usó para reforzar sus estructuras. Con todo, ETA volvió un año después con saña. No tardaría mucho el Comando Andalucía en volver a las andadas. El 16 de octubre del año 2000, tres miembros de ETA irrumpieron en la consulta del coronel médico del Ejército del Aire Antonio Muñoz Cariñanos, acabando con su vida a base de tiros.

Más allá de los muertos, en la conciencia colectiva de Sevilla quedó grabado otro hecho que pudo llegar a ser una tragedia si no fuera por un azaroso control de la Guardia Civil en Santiponce. Corría el año 1990. La capital hispalense estaba inmersa en los preparativos de una Exposición Universal que volvería a hacer de Sevilla una ciudad internacional. Era Lunes Santo y ETA puso el ojo sobre la sede central de la Policía Nacional, en la Plaza de la Gavidia.

La idea era aparcar un coche bomba junto a la comisaría, otro que explotara junto a las instalaciones de Construcciones Aeronáuticas (CASA) y otro en Pastor y Landero para huir lo más rápido posible. Aquel coche conducido por Henri Parot jamás llegó a su destino. Los guardias civiles José Infante Borrero y Adolfo López sospecharon del vehículo, que llevaba el morro más levantado de la cuenta a causa de los 300 kilos de amonal que cargaba, y le dieron el alto sin darle más importancia. Parot, por miedo a ser descubierto, la emprendió a tiros y fue reducido por los agentes. Una acción que evitó una masacre en Sevilla.

ETA ya ha dicho adiós para siempre, pero la memoria de sus víctimas seguirá siempre latiendo en el corazón de una sociedad azotada por el dolor del fanatismo y la sinrazón. Porque Sevilla también sabe qué fue sufrir el terrorismo etarra.