Núñez y Buendía reivindican su sitio

Repaso a San Isidro. Las corridas de Rehuelga y Alcurrucén ganaron por la mano el desafío torista que ha puesto fin al serial madrileño. El gran triunfador de este envite fue el diestro charro Juan del Álamo

12 jun 2017 / 10:00 h - Actualizado: 12 jun 2017 / 10:27 h.
"Real Maestranza"
  • La salida a hombros de Juan del Álamo ha sido el gran acontecimiento del último tramo del largo serial isidril que concluyó ayer después de más de un mes de toros. / Efe
    La salida a hombros de Juan del Álamo ha sido el gran acontecimiento del último tramo del largo serial isidril que concluyó ayer después de más de un mes de toros. / Efe
  • La épica lucha de Ureña con un fiero ‘victorino’ ha sido uno de los sucesos del ciclo. / Efe
    La épica lucha de Ureña con un fiero ‘victorino’ ha sido uno de los sucesos del ciclo. / Efe
  • Dávila Miura no pudo celebrar el aniversario de la ganadería familiar. / Efe
    Dávila Miura no pudo celebrar el aniversario de la ganadería familiar. / Efe

La feria de San Isidro, ese largo mundial del toreo, ha concluido sin modificar gran cosa las líneas de frente. Llega el verano taurino: será el mejor momento de calibrar la mecha de los dos jóvenes –Marín y Álamo– que más y mejor han rentabilizado su paso por el foro pero el statu quo del toreo apenas se ha movido. Madrid sigue concitando la atención del planeta de los toros pero ya no mueve fronteras y ha perdido esa capacidad de dar y quitar a la vez que se ha esfumado la trascendencia social de no hace tanto. Eso sí, ha habido algunas cosas que contar, comenzando –si rompemos el orden cronológico– por la rotunda e inapelable salida a hombros de Juan del Álamo, que logró romper su propio techo cortando dos orejas que pudieron ser tres a un estupendo encierro de Alcurrucén. El joven matador salmantino aprovechó un gran ejemplar del envío de la familia Lozano; lo cuajó de cabo a rabo y se ganó de golpe esa puerta grande que no quiso ver el presidente que siguió la estela mediocre de la mayor parte de los habitantes del palco madrileño. A pesar de todo, el trofeo cortado al sexto, algo más forzado, acabó franqueando la ansiada salida a hombros. Juan del Álamo debe aprovechar la oportunidad. No la habrá igual. En la misma tarde le volvió a tocar una bola premiada a un digno Cid que, a pesar de todo, anduvo lejos de la excelencia de su enemigo, el mejor del sexteto. Adame dio una desdibujada impresión de sí mismo.

Pero hay que retomar el hilo temporal. Después de los dimes y diretes de la salida a hombros de Enrique Ponce –en su cuerpo se la lleva– se había reiniciado el ciclo con una novillada, la última, en la que hay que anotar la tibia oreja que cambió el colmenarete Juan Miguel por un durísima voltereta. Se lidiaban grises de Flor de Jara, remendados con un sobrero de Dolores Rufino, que no fueron ni fu ni fa. El empeño lo completaban Alejandro Marcos y Ángel Sánchez, que se quedan como están.

Esos utreros santacolomeños fueron el punto y seguido de ese tramo presuntamente torista que se enredó en su propio bucle melancólico. Fue con la sobrevalorada –y siempre esperada– corrida de Cuadri, un áspero bocado al borde de la intoreabilidad que se enjugó en parte gracias al arrojo de Fernando Robleño y Javier Castaño. También de José Carlos Venegas, que sorteó el único ejemplar potable y acabó en la enfermería. Al día siguiente era el turno de los atanasios de Dolores Aguirre, que regresaban a la plaza de Las Ventas después de algunos años de alejamiento. Hubo dos ejemplares que honraron la memoria de la recordada ganadera vasca dentro de un encierro muy desigual. Y Gómez del Pilar respiró hondo llevándose para casa otra de las contadas orejas que se han cortado en San Isidro.

El guateque torista continuó. Era el turno de Victorino Martín, que vivió unos previos complicados en los corrales. Del encierro previsto por los ganaderos sólo se salvó un ejemplar. Hubo trasiego de camiones para recomponer el desaguisado pero a la hora del sorteo se había completado una corrida que, a pesar de todo, brindó un interesante espectáculo. Hubo dos reses que resumieron las dos caras de la propia ganadería que cayeron en las mejores manos que podían hacerlo: hablamos de un nobílisimo ejemplar que reveló el virtuosismo de Talavante –que ha hecho una gran feria sin dar el cien por cien de sí mismo– y una fiera corrupia con la que Ureña dio la medida de su ambición. Urdiales, con el peor lote, despidió una feria más que discreta para desesperación de sus numantinos fieles.

Pero la cosa seguía entonándose en el pelo cárdeno del encaste Santacoloma que desafió su tipo tradicional con una tremebunda y ofensiva corrida del hierro de Rehuelga –propiedad de Rafael Buendía– que embistió contra todo pronóstico. El color gris desentonó con la modestia de una terna –Robleño, Aguilar y Pérez Mota– que quedó eclipsada por la sobrevaloración de una buena corrida en la que tampoco faltó una vuelta al ruedo demagógica para un toro, el quinto, que jamás la habría recibido si hubiera estado marcado con otro hierro. El sexto iba a ser mucho mejor. En cualquier caso hay que celebrar la vigencia de un encaste fundamental de la cabaña brava que merece recuperar el circuito de las ferias

Y de Santacoloma a Saltillo pasamos por la sangre Núñez pero ya les hemos hablado de la excelencias de la corrida de Alcurrucén. Y es que la recta final de la interminable sierpe isidril no dio para mucho más. Las huestes más toristas se frotaban las manos esperando ver lidiar uno de sus hierros talismán: el de Adolfo Martín, que se está convirtiendo en los últimos años en una ganadería suavona, casi pajuna, que encendió el farolillo rojo con la decepcionante corrida que lidió en Las Ventas. A pesar de todo, en medio del desaguisado propiciado por el mal juego de los albaserradas volvió a sobresalir la torería –quizá un punto sobreactuada– de Antonio Ferrera. No ha abierto la puerta grande pero el diestro extremeño, como en Sevilla, si ha conseguido superar la prueba de la memoria. Ferrera sigue siendo uno de los toreros a seguir en esta temporada 2017. Sin salir de la tarde de los adolfos hay que recordar que Escribano, que lo dio todo, volvió a dar pasos en su progresiva recuperación aunque no barajó ninguna opción de triunfo. Tampoco las tuvo Juan Bautista.

Al día siguiente se iba a producir una nueva puerta grande con el valor devaluado que suelen tener las salidas a hombros de los rejonadores. El afortunado fue Sergio Galán que cortó tres orejas. Lea Vicens se llevó un tremendo castañazo y cobró una y el maestro Hermoso, que sigue rehuyendo la única competencia posible con Ventura, se fue de vacío.

La guinda del ciclo, ayer mismo, la tenía que haber puesto una ganadería por encima de modas o resultados. Hablamos del mítico hierro de Miura, que ha cumplido 175 años sin salir de la misma familia. El festejo contaba con un aliciente puntual: la reaparición de Eduardo Dávila Miura –la tercera desde su retirada formal– para honrar la efemérides. Pero el hombre propone y Dios dispone y el diestro sevillano se tuvo que conformar con los dos sobreros –de Buenavista y El Ventorrillo– que remendaron un envío para olvidar. Dávila toreó al segundo de ellos con buen gusto, temple y elegancia y saludó una ovación aunque no había ido a Madrid para eso. Rafaelillo se jugó el tipo y acabó cobrando y Pinar se marchó como había venido. Así concluyó este largo ciclo. Aún queda la corrida de Beneficiencia y la nueva apuesta que la chistera de Simón Casas ha bautizado como la corrida de de la Cultura. Seguro que ofrecen muchas más cosas que contar.