Rafael Alberti: la eterna nostalgia de la bahía perdida

En 2022 se cumplen 120 años del nacimiento del poeta de El Puerto, el más longevo de la Generación del 27, que arrancó en el neopopularismo de Marinero en tierra y atravesó todas las modas sin abandonar jamás su inconfundible poética: la nostalgia de su propio oleaje

Rafael Alberti: la eterna nostalgia de la bahía perdida

Rafael Alberti: la eterna nostalgia de la bahía perdida / Álvaro Romero

Álvaro Romero

Será el próximo diciembre, el día 16, cuando se cumplan exactamente los 120 años del nacimiento de Rafael Alberti Merello, pero conviene anunciarlo ya porque las efemérides suelen difuminarse antes de cumplirse rigurosamente. El autor de Marinero en tierra no estuvo demasiado lejos de convertirse en centenario, pues había nacido en 1902 –el mismo año que Cernuda, por ejemplo- y murió en octubre de 1999. O sea, que el más longevo de los componentes de la famosa Generación del 27 no salió del siglo XX, aunque fuera en tantas cosas un adelantado a su propio tiempo y no pensara en convertirse en poeta, sino en pintor, hasta que se quedó solo frente al cadáver de su papá. “¿Por qué me trajiste, padre, / a la ciudad? / ¿Por qué me desenterraste / del mar? / En sueños la marejada / me tira del corazón; / se lo quisiera llevar. / Padre, ¿por qué me trajiste / acá?”.

Estaba a punto de cumplir 18 años y no sabía aún que el destino le tenía deparado un viaje tierra adentro, mucho más adentro de Madrid, hacia Europa, hacia Rusia, y luego hacia América, para terminar convirtiéndose en un poeta tocado con la gorra marinera incluso cuando pudo volver de un larguísimo exilio en el que ni un solo día dejó de acordarse de su patria perdida en forma de arboleda. “Hoy las nubes me trajeron, / volando, el mapa de España. / Qué pequeño sobre el río, / y qué grande sobre el pasto / la sombra que proyectaba!”, había de escribir en Argentina, en cuya capital no solo nació su hija, Aitana, sino que hizo vida durante más de 22 años. “Se le llenó de caballos / la sombra que proyectaba. / Yo, a caballo, por su sombra / busqué mi pueblo y mi casa. / Entré en el patio que un día / fuera una fuente con agua. / Aunque no estaba la fuente, / la fuente siempre sonaba. / Y el agua que no corría / volvió para darme agua”. Desde aquel destierro argentino, y luego en Punta del Este, y más tarde desde Roma, Alberti nunca olvidó aquellos primeros versos de su juventud, no solo porque con aquel poemario rematado en Rute (Córdoba), donde vivió con su hermana, que se había casado con el notario de allí, había ganado el Premio Nacional de Literatura, sino porque verdaderamente toda su vida se sintió un marinero en tierra y aquel testamento escrito tan tempranamente en verso había de acompañarlo por el resto de su vida: “Si mi voz muriera en tierra / llevadla al nivel mar / y dejadla en la ribera”.

Expulsado del cole

Alberti había nacido en el seno de una familia de origen italiano dedicada al negocio bodeguero. Su padre, Vicente, exportaba vinos de Osborne y apenas paraba por casa. El pequeño Rafael cursó la primera enseñanza con las Carmelitas. Ya adolescente, ingresó en el colegio jesuita San Luis Gonzaga, de donde fue expulsado porque sus resultados y su conducta no eran los adecuados. Al año siguiente, con 15 años, tuvo que marchar a Madrid porque así lo exigía el trabajo de su padre, y allí se aficionó a la pintura vanguardista de tal modo, que llegó a exponer en el Ateneo de Madrid. No obstante, la inesperada muerte de su padre y una afección pulmonar que lo mantuvo en el pueblo segoviano de San Rafael durante unos meses, en plena sierra de Guadarrama, lo hicieron poeta. Hasta allí le llegó el rumor del mar, el olor a las salinas, el levante de la Bahía. Y empezó a escuchar a su propio corazón. “Oh mi voz condecorada / con la insignia marinera; / sobre el corazón un ancla / y sobre el ancla una estrella / y sobre la estrella el viento / y sobre el viento la vela!”.

El 27

Aquel poemario, el primero de los suyos, que al principio tituló Mar y tierra, acabaría siendo Marinero en tierra, y lo catapultaría con solo 22 años al panorama poético nacional, sobre todo porque ingresó con él bajo el brazo en la Residencia de Estudiantes de Madrid (la Resi), donde conoció a Federico García Lorca y a Gerardo Diego; a Jorge Guillén y a Pedro Salinas, que ya eran profesores; a Vicente Aleixandre; a Luis Buñuel, que ya amagaba con el cine; al pintor Salvador Dalí; y en fin, a todo aquel conglomerado de artistas que precisamente a él iban a servirle para imaginar la Generación del 27, una creación que tuvo mucho que ver con la amistad de Alberti y el torero Ignacio Sánchez Mejías, a cuyo cuñado, el también matador Joselito el Gallo, había escrito una elegía el poeta de El Puerto por expreso deseo del torero que acabaría protagonizando el Llanto de Lorca siete años después... “Llora, Giraldilla mora, / lágrimas en tu pañuelo. / Mira cómo sube al cielo / la gracia toreadora”, había escrito Alberti. “Que pueda, Virgen, que pueda / volver con sangre a Sevilla / y al frente de mi cuadrilla / lucirme por la Alameda”.

Cuando la Cultura oficial de Madrid –dominada por Ortega y Gasset y su Revista de Occidente- no quiso participar de aquel homenaje de Góngora en el tricentenario de su muerte (1627-1927), Alberti se acordó de Sánchez Mejías y consiguieron convocar a toda la Resi en Sevilla, bajo el patronazgo del Ateneo y la diversión que habían de suponer la Venta de Antequera, el pinar de Oromana de Alcalá, el propio río Guadalquivir... Faltaban solo unos días para las Navidades de aquel 1927 y la Generación acababa de tomar carta de naturaleza.

Para entonces, Alberti, que continuaba una relación apasionada con la pintora surrealista Maruja Mallo –la misma que habría de inspirar El rayo que no cesa de Miguel Hernández una década después- ya tenía por lo menos dos poemarios más. Incluso en el titulado La amante, Alberti era ya definitivamente Alberti: “¡Castellanos de Castilla, / que nunca habéis visto la mar! / ¡Alerta, que en estos ojos / del sur y en este cantar / yo os traigo toda la mar! / ¡Miradme, que pasa el mar!”.

Del surrealismo al compromiso

Como la mitad de los poetas del 27, también Rafael Alberti se contagió de aquel virus de la época que se llamaba surrealismo. En 1928, el mismo año que Buñuel se estrenó con Un perro andaluz -aquella película onírica que tituló con un latigazo a Federico, quien se marchó a Nueva York para hacerse también él surrealista- Alberti publicó su obra más en la línea con Breton: Sobre los ángeles, que no termina de ser –como también ocurrió en los casos de sus compañeros- una obra absolutamente onírica, sino que usaba aquellas imágenes de los sueños en el contexto de poemas profundamente metafísicos: “Ángel de luz, ardiendo, / ¡oh, ven!, y con tu espada / incendia los abismos donde yace / mi subterráneo ángel de las nieblas”, escribía en “Los dos ángeles”. “Vuela ya de mí, oscuro / Luzbel de las canteras sin auroras, / de los pozos de sin agua, / de las simas sin sueño, / ya carbón del espíritu, / sol, luna. / Me duelen los cabellos / y las ansias. ¡Oh, quémame!”.

El surrealismo de Alberti se descompuso enseguida por la vía del humor. Apenas unos meses después de su experiencia angelical, se dejó influir por los grandes cómicos del cine mudo y compuso Yo era un tonto y lo que he visto me ha hecho dos tontos. Sin embargo, el poeta se posiciona muy pronto ideológicamente y se hace comunista. Da fe de ello con su elegía cívica Con los zapatos puestos tengo que morir. Estaba a punto de proclamarse la II República y ya, hasta la Guerra Civil, asistimos a un Alberti transformado en poeta social. “Los niños de Extremadura / van descalzos. / ¿Quién les robó los zapatos?”, escribirá en El poeta en la calle, en una mirada que tanto nos recuerda a la cámara de Buñuel cuando graba en Las Hurdes, aquella tierra sin pan, y por supuesto a aquellas Misiones Pedagógicas en busca de la profunda intrahistoria española. “Les hiere el calor y el frío. / ¿Quién les rompió los vestidos? / La lluvia / les moja el sueño y la cama. / ¿Quién les derribó la casa? / No saben / los nombres de las estrellas. / ¿Quién les cerró las escuelas? / Los niños de Extremadura / son serios. / ¿Quién fue el ladrón de sus juegos?”.

Su poesía combativa, desflecada de verso libre, va en aumento cuando estalla la guerra. “Hace falta estar ciego, / tener como metidas en los ojos raspaduras de vidrio, / cal viva, / arena hirviendo, / para no ver la luz que salta en nuestros actos, / que ilumina por dentro nuestra lengua, / nuestra diaria palabra”, escribirá en su drama De un momento a otro. “Hace falta querer ya en vida ser pasado / obstáculo sangriento, / cosa muerta, / seco olvido”.

Alberti llega a concluir que la poesía sirve de bien poco en un odioso contexto donde solo prima la venganza: “Cuando tanto se sufre sin sueño y por la sangre / se escucha que transita solamente la rabia, / que en los tuétanos tiembla despabilado el odio / y en las médulas arde continua la venganza, / las palabras entonces no sirven: son palabras. / Balas, balas”.

Durante aquellos años, Alberti es miembro de la Alianza de Intelectuales Antifascistas junto a otros escritores como la también filósofa María Zambrano, Luis Cernuda, Pedro Garfias o Manuel Altolaguirre, entre otros muchos. Juntos, no solo promocionan la cultura allá donde los dejan las bombas, sino que redactan manifiestos y charlas contra el ascenso del fascismo europeo en revistas como El mono azul... “Manifiestos, artículos, comentarios, discursos, / humaredas perdidas, neblinas estampadas, / ¡qué dolor de papeles que ha de barrer el viento, / qué tristeza de tinta que ha de borrar el agua!”, escribirá Alberti su famoso poema “Nocturno”. El exilio había amanecido.

“Comunistas peligrosos”

Alberti se había casado con la también escritora María Teresa León en 1930. Juntos habían vivido toda aquella convulsa década en la que iba a cambiar la Historia de España, de Europa, de la Generación del 27 y de ellos mismos. Y en 1939 se exilian a Francia. “Se equivocó la paloma. / Se equivocaba. / Por ir al norte, fue al sur. / Creyó que el trigo era agua. / Se equivocaba. / Creyó que el mar era el cielo; / que la noche, la mañana. / Se equivocaba...

En París conviven con el pintor Picasso y se desenvuelven hasta en una radio para españoles, hasta que las autoridades les retiran el permiso de trabajo por ser considerados “comunistas peligrosos”. De modo que ya en 1940, y ante la amenaza alemana que ya había hecho estallar la II Guerra Mundial, se embarcan en Marsella rumbo a Buenos Aires (Argentina), adonde llegan el 2 de marzo. En aquel país había de nacer su hija Aitana, conocerían poco después a Pablo Neruda y a Rafael lo embargaría para siempre la nostalgia por su bahía perdida.

“¡Si yo hubiera podido, oh Cádiz, a tu vera, / hoy, junto a ti, metido en tus raíces, / hablarte como entonces, / como cuando descalzo por tus verdes orillas / iba a tu mar robándole caracoles y algas!”, escribiría en Ora marítima, allá por 1953, acostumbrado a vivir en la otra orilla del Atlántico, rememorando con ese título la obra del poeta romano Avieno, que describió ya tantos siglos antes de Cristo la geografía de la Península Ibérica. Desde tan lejos, también Alberti describe sentimentalmente su patria perdida, aunque esta se focalizase tan intensamente tan solo en la Bahía de Cádiz... “Bien lo merecería, yo sé que tú lo sabes, / por haberte llevado tantos años conmigo, / por haberte cantado casi todos los días, / llamando siempre Cádiz a todo lo dichoso, / lo luminoso que me aconteciera”.

Poeta en Roma

En 1963, Alberti se trasladó a Roma, y ya vivió allí hasta su regreso a España en 1977. Precisamente aquel año fue elegido diputado al Congreso en las listas del recién legalizado Partido Comunista de España. El poeta, sin embargo, no tardaría en renunciar al escaño para volverse a Roma y seguir allí escribiendo... y pintando. El revolucionario año de 1968, antes de regresar, había publicado allí Roma, peligro para caminantes. “Dejé por ti mis bosques, mi perdida / arboleda, mis perros desvelados, / mis capitales años desterrados / hasta casi el invierno de la vida”, escribiría en un impresionante soneto que, como él, tenía tan lejanas raíces italianas... “Dejé un temblor, dejé una sacudida, / un resplandor de fuegos no apagados, / dejé mi sombra en los desesperados / ojos sangrantes de la despedida. / Dejé palomas tristes junto a un río, / caballos sobre el sol de las arenas, / dejé de oler la mar, dejé de verte. / Dejé por ti todo lo que era mío. / Dame tú, Roma, a cambio de mis penas, / tanto como dejé para tenerte”.

Lo que no imaginaba entonces el viejo Alberti es que aún le quedaban tres décadas de vida, de homenajes, de versos, de trazos en los lienzos, de premios. El mismo año en que le concedieron el Premio Cervantes, 1983, lo nombraron Hijo Predilecto de Andalucía. Casado –una vez viudo- con María Asunción Mateo desde 1990, Rafael moriría el 28 de octubre de 1999 en su casa de El Puerto de Santa María, en cuyo mar de la infancia fueron esparcidas sus cenizas, que todavía cantaban... “Yo nunca seré de piedra. / Gritaré cuando haga falta. / Reiré cuando haga falta. / Cantaré cuando haga falta”.

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