Una Norma digna de un gran teatro

El Maestranza estrenó anoche un espectáculo redondo, de gran altura en todos sus resortes, triunfal en el canto y moderado y de buen gusto en lo teatral

Norma / Foto Guillermo Mendo

Norma / Foto Guillermo Mendo / Juan José Roldán

Juan José Roldán

Incluso para los más recalcitrantes en el arte del bel canto, la Norma que ayer estrenó el Teatro de la Maestranza estuvo a gran altura y debió constituir sin duda alguna motivo de admiración para cualquier amante de la música. Bellini representa, al contrario que sus coetáneos Rossini y Donizetti, el lado más trágico del belcantismo, siendo Norma la culminación de esta aseveración y la constatación sublime del uso inteligente de sus recursos dramáticos. Norma destaca por su pasión desenfrenada, incluso enfática en lo sentimental, con afectos muy fuertes que se traducen en líneas melódicas largas y rebosantes de romanticismo. Para hacerle justicia hace falta por lo tanto una batuta bien educada en esa línea, y una heroína capaz de adaptarse a los muy difíciles contornos de su personaje, de abarcar una amplia gama de registros, dominar la voz en toda su amplitud y dotar a su caracterización de tanta profundidad dramática interna como brillo canoro externo, logrando armonizar su aspecto exterior con su espíritu interno.

Magníficas Auyanet y Lupinacci

Ha pasado otras veces, que avisar del estado delicado de la voz protagonista, en este caso por un catarro de lenta recuperación, sólo sirve para que prestemos más atención a la posible emisión nasal de la voz o encontremos dificultades de modulación, y sin embargo no acertemos a descubrir defecto alguno. Y así volvió a ocurrir con la soprano canaria Yolanda Auyanet, que lejos de mostrar afección alguna, ofreció una Norma espléndida en todos los sentidos, no sólo en la mítica Casta Diva, aria que quien más y quien menos consigue dominar dada su enorme popularidad, basada en la exuberante riqueza cromática y melódica que atesora, sino en la cavatina que le sigue inmediatamente y que tantas veces se malogra por llegar justo después del esfuerzo que plantea el famoso aria. Auyanet bordó todos sus momentos estelares, así hasta alcanzar un sublime Ei tornerá del segundo acto que cantó henchida de sentimiento y con un inteligente sentido para la modulación, basado en el buen gusto y la contención no exenta de sincera emoción. Pero fueron sin duda sus dúos con la Adalgisa que tan maravillosamente cantó Raffaella Lupinacci, y que abarcan largas secuencias desde la octava escena del primer acto, llena de ternura y compasión, hasta el esperanzador Si fino all’ore estreme. La mezzo italiana demostró su espléndida disposición para el bel canto, con una voz discretamente profunda y ligeramente aterciopelada, que entona de forma homogénea y muy controlada, capaz de emocionar también con su gestualidad teatral, que mima tanto como su bellísimo canto. Juntas derrocharon complicidad y sintonía, alcanzando los momentos más sublimes de la función.

El tercer vértice de este dramático trío amoroso lo compuso el tenor Francesco Demuro, natural de Cerdeña, que demostró con su Polione un enorme compromiso musical y escénico, en magnífico estado tanto físico como vocal, encandiló ya desde su primera aparición, con una cavatina de refulgentes agudos, quizás algo bruscos en el cambio de registro pero igualmente brillantes y sobrecogedores. Sus dúos con Norma y Adalgisa mantuvieron esa perfecta sintonía romántica y emocional que el libreto y su traducción musical demandan, consiguiendo una enorme convicción general. La del bajo barítono español Rubén Amoretti fue la participación más floja y decepcionante del elenco, con una voz tremolante aunque de bello timbre, y una interpretación hueca e inexpresiva a nivel actoral. Por su parte, la mezzo catalana Mireia Pintó y el tenor tinerfeño Néstor Galván cumplieron con efectividad en sus breves intervenciones.

Estupenda en lo musical y atinada en lo escénico

Capítulo aparte merece la experimentada batuta del canadiense Yves Abel, de la que ya hemos disfrutado anteriormente en este teatro, y que volvió a lucir una forma espléndida para sacar provecho de todo el arsenal emocional de la partitura, acompañando con respeto pero sin indiferencia, apostando por su carácter enfático y su importante contribución al sentimiento y la emoción que expiden drama y música. Los maestros y maestras de la Sinfónica supieron adaptarse a estas exigencias que Abel llevó tan a buen puerto, mientras la banda interna del Conservatorio Manuel Castillo volvió a demostrar la excelente forma que tienen sus metales. También el coro volvió a lucir un magnífico empaste y un atinado control dinámico, potenciado una vez más por la excelente acústica que podemos disfrutar en este teatro que multiplica el talento de todo quien participe en sus propuestas. Mención especial merece el buen comportamiento de los niños que incorporan a los sufridos hijos que afortunadamente la protagonista decide no sacrificar, al contrario de la Medea que le sirve de referente.

En el apartado escénico, la de Nicola Berloffa en una coproducción entre varios teatros pequeños pero muy representativos de Italia, que ha suscitado opiniones muy diversas y controvertidas allí donde se ha estrenado, por ambientar en pleno siglo XIX lo que en el libreto sucede en las guerras galo romanas. Personajes como las sacerdotisas pierden así justificación cuando hablamos de pleno romanticismo político y cultural, sin embargo la música resulta más convincente cuando la ubicamos en su preciso momento de composición y estilo. Suelen ser muchos los registas italianos que prefieren aprovechar este tipo de material en el que una tierra o un estado es invadido por otro para ambientar la música del ottocento en la más revolucionaria y convulsa etapa de la historia italiana, dándole de paso ese toque viscontiano tan característico que tanto gusta. Así, el suntuoso vestuario y el decadente decorado, dentro siempre de unas líneas muy clásicas y tradicionales y sin más alarde técnico que una cuidadísima y a ratos sugestiva iluminación, lograron sintonizar con un espectáculo digno de los teatros más reputados; la típica producción que nunca debe faltar en una programación lírica, alternando con otras más atrevidas y sofisticadas.

Merece destacarse, dentro del aparentemente rutinario movimiento escénico de masas y protagonistas, la capacidad de Berloffa para dotar de dinamismo las largas secuencias que imperan en la música de Bellini. Las únicas licencias inventivas permitidas fueron un supuesto cadáver druida al que Norma parece dedicar su Casta Diva, y la inteligente e interesante sustitución de la hoguera final por la venganza multitudinaria de un pueblo ávido de sangre, y que entronca no sólo con la convulsa unificación italiana sino con todos los execrables acontecimientos que sufrimos en pleno siglo XXI.

NORMA

Tragedia lírica en actos de Vincenzo Bellini. Libreto de Felice Romani. Yves Abel, dirección musical.Nicola Berloffa, dirección escénica. Andrea Belli, escenografía. Valeria Donata Bettella, vestuario.Marco Giusti, iluminación (Juan Manuel Guerra, reposición). Real Orquesta Sinfónica de Sevilla. Banda interna del Conservatorio Superior de Música Manuel Castillo. Coro Teatro de la Maestranza. Íñigo Sampil, director del coro. Con Yolanda Auyanet, Francesco Demuro, Raffaella Lupinacci, Rubén Amoretti, Mireia Pintó y Néstor Galván. Producción del Teatro Regio de Parma en coproducción con el Teatro Municipale de Piacenza y el Teatro Comunale de Módena.Teatro de la Maestranza, domingo 12 de noviembre de 2023

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