España, un país que cambia la siesta por documentales de tigres y leones -a juzgar por las muy dignas críticas a un magazine que desenchufó ayer tarde-, cuyos museos y bibliotecas se abarrotan cada fin de semana, dolía a Unamuno. La vida de Antonio Machado, compañero de generación, precipitó su fin en el exilio francés por el dolor, quizá, que le provocaba el rumbo -derrota del ejército republicano, y la oscuridad, y el silencio- de su país. La poesía de Machado se alza -frente a su ración de melancolía- en un festín para los lectores, y sorprende a cada lectura: armoniza claridad y reflexión, busca la palabra exacta y la imagen luminosa. Machado me apabulló al leer Campos de Castilla en el instituto, y continúa deslumbrándome -y regalándome nuevos hallazgos- casi diez años después. El tiempo pasa; su obra crece.
El miércoles participé en un homenaje a Machado, con motivo del centenario de su llegada a Soria. Un honor a varias bandas: glosar a uno de los autores que más sabrosos ratos de lectura me han brindado, compartir mesa redonda con autores a los que desconocía? Yo, que recelo por sistema de los tributos gubernamentales, regresé a casa con una sensación atípica: las cosas, por una vez, se hacen bien. El programa se centra en la figura de Machado, y cuando recurre a otros autores se mueve en la diversidad de estilos, de idiomas, de tendencias. Pero, sobre todo, apuesta por un público: los ciudadanos. Además de citas más pasivas, como las lecturas poéticas o las conferencias, se suceden las exposiciones -algunas tan espectaculares como la dedicada a las Misiones Pedagógicas, o la de los dibujos de los niños de la Guerra Civil española- y los talleres, buscando la implicación de escolares y adultos. Y el proyecto está impulsado por Cives Mundi, una ONG con un objetivo claro: el mundo no se cambia con porcentajes ni donaciones, sino con educación y cultura. Una España sin servidumbres, que trabaja para difundir la cultura, sin más, sin nada a cambio, y que habría emocionado a Juan de Mairena.
