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Chancleando

Aunque vivo junto al mar todo el año, sólo de vez en cuando me acerco hasta la playa a pasar un rato, quemándome con la arena, masticando arena, tocando arena y escuchando motos de agua. La playa tiene lo peor del mar y lo peor de la tierra. Es donde el...

el 16 sep 2009 / 05:19 h.

Aunque vivo junto al mar todo el año, sólo de vez en cuando me acerco hasta la playa a pasar un rato, quemándome con la arena, masticando arena, tocando arena y escuchando motos de agua. La playa tiene lo peor del mar y lo peor de la tierra. Es donde el secano se funde con las babas de las olas. En el mar, el agua es agua. En la playa, apenas un remedo inerte. Sólo me gustan las playas de Normandía, con su césped llegando hasta la rompiente, sin el calor excesivo tamizado por el filtro solar, protección 30, de nuestras latitudes.

Ayer estuve en la playa a cuerpo descubierto: sin camiseta y sin calcetines, exponiéndome como José Tomás en su encerrona al reseco de la arena, a una sobredosis de rayos UVA que maldita la falta que me hacen. Como tengo dos niños pequeños, también peloteé con las palas típicas, pero la pelota debía ser muy mala, porque se resistía a acertar en el tiempo y en el espacio con la raqueta.

También es habitual en la playa chanclear un ratito por la acera del secano y el mojano, la vista perdida bajo las sombrillas, los pies en remojo y la cabeza caliente. Hay en las playas exceso de plásticos, en el suelo y en los pechos. A estos últimos los llaman siliconas y los llevan las mujeres para no sentirse desnudas por dentro. Estas siliconas no son biodegradables, pero ninguna las deja en la playa. En mi breve paseo calculé más de 50 millones de pesetas (300.000) en siliconas, aplicadas de dos en dos y en diferentes tamaños. Todas con la misma forma bajo la orgullosa y aparente indiferencia de sus dueñas.

Además de silicona, algunos bañistas llevan más tatuajes que el negro de Moby Dick, y sobre todo los hombres: hay tatuajes divertidos, que parecen calcetines permanentes, otros se ponen letras chinas que a saber qué dirán, algunas mujeres se ponen el nombre tatuado detrás en la cintura, supongo que para que su pareja sepa con quién hace el amor. Cuando hablan se sabe que no son turistas, aunque se llamen Jenny.

En medio de la playa había una sandía enterrada. Y supe que estaba en Andalucía.

Consultor de comunicación

isidro@cuberos.com

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