Cofradías

De Inés a Inés

Lutgardo García relata a su hija, de igual nombre que la abuela, cómo se vive en Sevilla la devoción a las Glorias

el 05 may 2012 / 19:47 h.

El presidente de la Junta, José Antonio Griñán, y el ministro de Hacienda, Cristóbal Montoro, se saludan afectuosamente.

Un pregón esencialmente lírico, pronunciado por un hombre de fe y muy entroncado en las vivencias y raíces familiares. Lutgardo García Díaz (Sevilla, 1979) sorprendió ayer en la Catedral con una bellísima exaltación de la Glorias de Sevilla plagada de poesía y de recuerdos familiares en la que la protagonista fue su pequeña hija Inés, de tan sólo dos años, a la que el pregonero regaló su pregón "para que un día -se dirigió a ella en las postrimerías de su disertación- vuelvas a estas letras y reconozcas en ellas la línea de la sangre que hasta ti llega". "No te escribo yo. Te escriben todos los que estaban cuando mi mano aprendió a hacer la cruz en la frente, o cuando mi voz aprendió a rezar el primer Avemaría". En realidad el suyo fue un pregón de Inés a Inés, de pasado y de futuro, porque así se llamaba también su abuela, "aquella mujer de ojos tiernos" y "sonrisa de plata" a la que le tocó vivir otoños de "posguerra y sabañones" y en cuya puerta de casa del barrio de la Feria tenía un Sagrado Corazón de Jesús de metal pinchado encima de la mirilla.


Ante la atenta mirada del arzobispo de Sevilla, Juan José Asenjo, del delegado de Fiestas Mayores, Gregorio Serrano, y del presidente del Consejo, Adolfo Arenas, el pregonero desgranó desde el altar del Jubileo de la Catedral un verdadero recital de poesía, una auténtica cascada de versos, a todas y cada de las avdocaciones gloriosas de la ciudad (y también a alguna devoción extradiocesana, como la Virgen del Carmen de Galaroza, a quien el pregonero realizó su particular rogativa por la lluvia).


Si algo demostró ayer el doctor en Medicina García Díaz es que maneja a la perfección las claves de la retórica y los resortes de la poesía. Sonetos, décimas, soleares y romances dieron lustre a un texto sobrado de calidad literaria ya desde su mismo arranque, en el que engarzó tres bellísimos cantos al mes de mayo ("Que no hay penas, ni dolores,/ porque es Mayo y todo es vida,/ y viene la atardecida/ preñada de mil colores"), a la Virgen María ("Antes que todo naciera/ el Padre ya lo sabía:/ que la Gloria iba a nombrarse/ con cinco letras: María") y, cómo no, a Sevilla ("Una ciudad que saca papeletas de sitio sin hacerse más antigua").


Muy sentido fue el homenaje que el pregonero dedicó a su padre, "aquel hombre que ya enfermo sólo se levantaba de su silla de ruedas para comulgar" y que cada 15 de agosto vuelve, como tantos sevillanos, ante la Puerta de los Palos "pues su cara los resucita en cada vara de nardos". O el reconocimiento que tributó a la labor de las religiosas de Sevilla ("antes de que desperecen/ los sonidos del día nuevo,/... ya le han puesto a Dios un nombre/ en la cama de un enfermo).


Sin convertir su pregón en un alegato, el orador aprovechó la alusión a la Virgen de los Desamparados de Alcosa para realizar una dolorosa referencia a la situación actual: "Este mayo dejará en muchos hogares silencios y desesperanzas. El tiempo de penitencia no dará su paso al de la gloria porque encontrará barbas de tres días y angustia por conseguir llenar una olla con que alimentar a la familia. La crisis -esa negra compañera- cada vez más presente, cada vez abrazando a más personas, estrechando círculos. El desempleo, las deudas, esa hipoteca interminable... hay familias para las que no parece estar hecho el tiempo de glorias". O también para esconder entre sus versos una llamada de atención sobre la situación de la iglesia de Santa Catalina: "Dicen que está medio en ruinas.../ Y no puedo imaginarme/ que la belleza del Carmen/ no esté en Santa Catalina".

Antes de concluir su pregón con un largo epílogo en verso en el que enhebró todas las advocaciones gloriosas, el pregonero envolvió el texto en papel celofán para brindarle el mejor regalo a su hija Inés: "He escrito este pregón para ti, Inés. He querido regalarte mis palabras, y con ellas mi poesía y mi fe". Un regalo en el que Lutgardo García Díaz envolvió también la fe de sus padres y de sus abuelos.

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