Cultura

El Cid redescubre la felicidad del toreo con un bravo 'vegahermosa'

Siguiendo la estela de Morante, nos encontramos con el inesperado reencuentro de El Cid, que se las vio en primer lugar con un toro bravo y terciado que se rebosaba en los muletazos para permitir al diestro de Salteras enseñar su mejor versión y sacudirse el polvo de un año aciago.

el 16 sep 2009 / 07:34 h.

Siguiendo la estela de Morante, nos encontramos con el inesperado reencuentro de El Cid, que se las vio en primer lugar con un toro bravo y terciado que se rebosaba en los muletazos para permitir al diestro de Salteras enseñar su mejor versión y sacudirse el polvo de un año aciago. Manuel pudo por fin sentirse firme, hondo, fresco y resuelto en series sobre ambas manos resueltas con ligazón, solventando el gazapeo del toro por el pitón izquierdo en una auténtica lucha por volver a su auténtico ser. La faena, larga y entregada, se vivió como una vuelta a los orígenes. El toro era bravo, y si no se cansaba de embestir, tampoco El Cid de torear en un trasteo larguísimo -hubo quien pidio el indulto- que le devolvió la felicidad del toreo. Con el sexto, algo andarín pero muy posible, con mucha movilidad, no mostró el mismo nivel aunque nunca le llegó el agua al cuello.

Morante se estiró, sin gustarse del todo, con el terciado primero, un toro que acudió con la cara alta en el caballo, lanzando barruntillos de manso. Le faltó un segundo puyazo a este remiso animal que destrozó la barrera antes de que Morante pudiera darle un solo pase. Molestaba el aire y, definitivamente asentado entre las rayas, el diestro de La Puebla, sometió al toro sobre el lado derecho sin que se entregara nunca por completo mientras desparramaba miraditas a los muslos del torero. El animal quería rajarse, buscaba siempre la puerta y la faena, pese al empeño decidido de Morante, ya no podía caminar a ningún lado.

Morante hizo tres o cuatro diabluras con el capote al cuarto: un par de verónicas, dos chicuelinas de veleta antigua, una media en color sepia. Después del puyazo, hubo cadencia en los delantales y personalidad en la media verónica. Y el de La Puebla se sintió en los arrebujados ayudados iniciales, imponiendo su caro toreo al natural a un animal tardo y protestón que le costaba unirse a la fiesta. Morante se arrimó de verdad y no se cansó de estar en la cara sin acordarse de que aún le quedaban dos toros más, a un puñado de kilómetros, en la nocturna de Málaga.

El Juli llegaba a Antequera con el sabor agridulce de su reciente encerrona en Bilbao. Su primero fue una auténtica sardina, algo bruto en los inicios y codicioso en la muleta, que permitió al madrileño construir una faena valiosa y poderosa, algo espesa en el trazo, que se impuso a las desigualdades de un animal que adoleció siempre de clase y que acabó pecando de manso al final. Con el quinto, manso e incierto en la muleta y con evidentes defectos de visión, mostró su solvencia de gran figura hasta meterlo en la canasta con autoridad de maestro.

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