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Érase una pandilla que no daba puntada sin hilo

El café cultural La Mercería erige estos días un árbol navideño hecho con libros que tras las fiestas serán donados al Hogar Virgen de los Reyes.

el 10 dic 2013 / 21:46 h.

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15335558 Sara Arguijo, Borja Moreno, María Fernández y Nuria Lupiáñez. Erigir un gran árbol de Navidad con libros, apilados de forma que puedan sugerir siquiera vagamente la figura de un abeto, será un acto de desagravio a la naturaleza por la deforestación papelera, una ocurrencia cultureta, un arrebato intelectual con su puntito de rebeldía o simplemente una baratura. Pero sobre todo es una noticia, en estos tiempos de excesos. Lo es por su elegante austeridad y su mensaje metafórico, en este mundo tan pasado de rosca en materia de intromisión navideña en los usos, las costumbres, el paisaje y hasta la mismísima intimidad. Que solo falta ya que el indeseable que te saca de la siesta a las cinco de la tarde en nombre de una banda de matones de la telefonía sea enteramente un reno. Ante semejante malversación de almíbar por todas partes, el exquisito ejercicio de contención que está haciendo el café La Mercería de la calle Regina es para que un ángel salga por esos campos de Dios con su trompeta y su pancarta a anunciárselo a los pastores en plan buenanueva, aunque les reviente el sueñecito de la sobremesa. A mediodía de ayer, en presencia de El Correo, los responsables del establecimiento comenzaron con las labores de construcción del artefacto en un rincón del local. Nuria Lupiáñez, María Fernández Melero, Sara Arguijo y Borja Moreno se pusieron a apilar los primeros volúmenes donados para ese fin. Porque de eso se trata: de que la clientela regale un montón de libros que luego, pasadas las fiestas, se donarán a la biblioteca del Hogar Virgen de los Reyes. En la faena iban surgiendo algunas obras un tanto lisérgicas para lo que vienen siendo los gustos predominantes en el lugar: el libro de cocina de Raffaella Carrá o el nunca suficientemente ponderado Sara y el sexo (de indudable interés para los beneficiarios de la donación). Pero pronto comenzaron a aparecer muchas de sus lecturas favoritas. María recogía entre sus manos, cariñosamente, esa joyita de Gerald Durell titulada Mi familia y otros animales, mientras Sara recomendaba El libro de los abrazos, de Eduardo Galeano. El árbol comenzaba a llenarse de horas, de vidas, de sueños, de intimidades, de confesiones, de historias, hasta tal extremo que probablemente nunca ha habido nada nacido de la madera que haya estado más vivo que este abeto artificial que apenas ha comenzado a brotar del suelo. “Un deseo para estas fiestas...”, piensa Nuria. “Sí: que se vaya la nuble negra esta de mal rollo. Que vuelva el optimismo. Cuando íbamos a empezar con La Mercería, la gente me decía ¿ahora te vas a meter en eso, como está el panorama de las empresas y tal?, pero ahora les digo que si no arriesgas, no ganas. Y que sin optimismo, no haces nada. Sin él no es posible salir del hoyo”. A su lado, María le da la razón y formula su esperanza: “Que no sigamos escuchando malas noticias”. Y Sara, pensando en que la cultura en España se está quedando como el pez espada que capturó Santiago en El viejo y el mar, hacía votos para “que no se pierda la oportunidad de tener acceso a la cultura, que nos hace más libres y nos proporciona una visión de la vida”. Empezando por una visión de los árboles de Navidad, que no es moco de pavo (por seguir con la terminología pascual). En fin: lo que se dice no dar puntada sin hilo, que por algo se llaman La Mercería. Y más cosas: paseítos culturales, zambomba flamenca, mercadillo de dulces, buzón real y, sobre todo (y que no falte), cafés con mantecados. El que no va, se lo pierde. Una verdad de libro.

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